miércoles, 31 de agosto de 2016

FRÜHROMANTIK UND IKEA (un poema de Manuel del Barrio Donaire)

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FRÜHROMANTIK UND IKEA

Debería aprender alemán para pensar mejor en estas cosas,
pero no es fácil.
El universo habita en mí, soy tremendo e inasible,
me alimento de bollería industrial
y siempre recito los Himnos a la noche de Novalis
antes de acostarme. Soy muy estricto en esto.
Qué le vamos a hacer, soy un romántico.

No creo en Dios ni en los bífidus activos, sólo en Lord Byron,
Schlegel, Wordsworth, en las pinturas de Friedrich
y en el catálogo de Ikea de 2006.

La belleza es mi religión e Ikea me la ofrece embalada en paquetes planos
y con las instrucciones necesarias.
Comprar en Ikea es un modo poético de vida,
una manera inacabada de mirar el mundo, de comprenderlo.
Gracias a Ikea mi apartamento es un microcosmos universal y progresivo.
Un paraíso engendrado a base de ladrillos y pintura plástica.
Todo lo que hay en él constituye una imagen de mí mismo,
me ayuda a conocerme, a aceptarme, a ser mejor persona.
Todo es fruto del juego y del misterio.

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La alfombra Persik Belutch anudada a mano,
pone mis pies en contacto con verdades absolutas, más allá de la razón
o los productos congelados.
Cada vez que me siento a ver la tele en el sofá Karforms
tapizado en piel Fräsig marrón oscuro, mi columna vertebral
profundiza en algo secreto y primigenio.
Noto una reestructuración de mis moléculas,
el principio de incertidumbre de Heisenberg, no sé, algo
que está bajo la piel o entre los dedos.
El tacto de las fundas de cojín Fenja Rand
me revela texturas imperfectas, desconocidas,
aprecio la densidad de las paredes,
descubro grietas en mis manos, en el techo.
Los estores Setaria difuminan la luz y los sonidos
y me permiten recuperar la armonía con la Naturaleza.
Se venden en beige, azul oscuro, blanco, verde pistacho, rojo y fucsia.
La lámpara de pie Antífoni, junto al sofá,
ilumina mis cavidades más íntimas y hostiles.

Esto es lo bello.

Aquí.

Ahora.

El infinito.

Creo en el catálogo de Ikea como en el fragmento 116 de Athenäum.

Hay que romantizar la vida, hay que beber mucho vino, hay que brindar.
Las copas de vino tinto Rättvik, de soplado artesanal,
encierran símbolos y alegorías.
Nada de esto es útil, funcional, ineludible.
No se trata de lo que uno necesita para vivir.
Estoy hablando de poesía. ¿No lo entendéis?
Ikea es poesía de calidad a precios asequibles.

Aquí puedo ser yo,
me reconozco en cada maceta, jarra o paño de cocina.
La vida es un catálogo de Ikea.
Sus diseños se corresponden con mis impulsos más sublimes.
Es una nueva mitología de la decoración de interiores, de lo pequeño,
ilimitada y libre. No hace falta nada más.

Me preparo un café en la taza Trivsel
de acero inoxidable y plástico. Cierro la puerta con llave.

Ahí os quedáis,
hijos de puta.

Poema incluido en la antología ¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas?, publicado por Ediciones Liliputienses y cuyo prólogo, que hicimos entre Víctor Martín Iglesias y yo, pueden leer completo aquí.

viernes, 26 de agosto de 2016

Zizek VS Varoufakis: Europa ha muerto; viva Europa


Algunas de las ideas en él desarrolladas se pueden encontrar en este entretenídisimo e interesantísimo debate con Varoufakis, ex-ministro de finanzas griego. Merece la pena.

domingo, 21 de agosto de 2016

Zizek y la nueva lucha de clases (los refugiados y el terror)


Que Zizek es uno de los pensadores más influyentes y necesarios de la actualidad es una obviedad innegable, guste más o menos su caricaturización y mainstremización, sus incursiones en el cine o su espídico ritmo de publicaciones. Por eso, tan pronto como pude me hice con un ejemplar de La nueva lucha de clases: los refugiados y el terror, que terminó subrayado casi en su totalidad. Comparto aquí algunos de los párrafos que me han parecido más interesantes y necesarios:

Del interesantísimo capítulo Romper los tabúes de la izquierda: 
La lección hay que extraer del mundo posterior al 11-S es que el sueño de Francis Fukuyama de una democracia liberal global se ha mostrado ilusiorio, pero a nivel económico el capitalismo ha triunfado en todo el orbe: las naciones del Tercer Mundo (China, Vietnam…) que lo suscriben son aquellas que crecen (…)
El capitalismo global no tiene ningún problema a la hora de adaptarse a una pluralidad de religiones, culturas y tradiciones locales; de hecho, la máscara de la diversidad cultural la sustenta el presente universalismo global funciona aún mejor si se organiza políticamente según los así llamados “valores asiáticos”, es to es, de manera autoritaria. (…)
En resumen, se tiende a rechazar los valores culturales occidentales justo en el momento en que, reinterpretados de manera crítica, muchos de ellos (igualitarismo, derechos fundamentales, Estado del bienestar) podrían servir de arma contra la globalización capitalista. ¿Acaso hemos olvidado que toda la idea de la emancipación comunista, tal como la concibió Marx, es absolutamente “eurocéntrico”?
El siguiente tabú que hay que abandonar es la idea de que la protección de nuestro modo de vida es en sí misma una categoría protofascista o racista. La idea es más o menos así: si protegemos nuestro modo de vida, abrimos la puerta a la oleada antiinmigración que campa por toda Europa
(…)
La verdadera amenaza a nuestro modo de vida comunitario no son los extranjeros, sino la dinámica del capitalismo global: sólo en los Estados Unidos, los últimos cambios económicos han contribuido más a destruir la vida comunitaria en las ciudades pequeñas –el modo en que la gente corriente participa en los acontecimientos políticos y se esfuerza por resolver sus problemas locales de manera colectiva- que todos los inmigrantes juntos
(...)
El siguiente tabú izquierdista que hay que abandonar es el de prohibir cualquier crítica al islam tachándola de “islamofobia”, una auténtica imagen especular de la demonización populista antiinmigración del islam: hay que acabar ya con ese miedo patológico de muchos izquierdistas liberales de Occidente a ser culpables de islamofobia.
(…)
Las alternativas políticas que proporciona el islam pueden identificarse claramente; van del nihilismo fascista, que parasita el capitalismo, a lo que representa Arabia Saudí; ¿podemos imaginar un país más integrado en el capitalismo global que Arabia Saudí o cualquiera de los Emiratos? Lo máximo que el islam puede ofrecer, en su versión moderada, es otro tipo de “modernidad alternativa” más, una visión del capitalismo sin sus antagonismos, que no puede sino parecerse al fascismo
Resulta del todo legítimo plantear la cuestión de si existen rasgos en su religión y cultura que abonen el terreno para la brutalidad contra las mujeres. Sin culpar al Islam en cuanto que tal (en sí mismo no es más misógino que el cristianismo), podemos observar que la violencia contra las mujeres va asociada a su subordinación y su exclusión de la vida púbica en muchos países y comunidades musulmanes, por no mencionar que, entre muchos grupos y movimientos señalados como fundamentalistas, la estricta imposición de una diferencia sexual jerárquica constituye el primer punto de su programa.
Así pues, deberíamos aplicar el mismo criterio a ambos lados, sin temor a admitir que, aunque nuestros fundamentalistas cristianos están más marginados que los del mundo musulmán (¿quién se los toma realmente en serio?), nuestra crítica liberal laica del fundamentalismo también está contaminada por la falsedad.
Uno de los conceptos más interesantes del libro es la explicación y reinterpretación de "justicia divina", que Zizek matiza y desarrolla así: 
Tal como señala Le Gaufey, ahí reside la diferencia entre Carl Schmitt y Benjamin: Schmitt ve limitado el tema de la violencia como medio para alcanzar un fin, y por eso la expresión de violencia más radical que puede imaginar es la de la violencia mítica, violencia que sirve para fundamentar el estado derecho (aun cuando viole el orden de la existente), mientras que la “violencia divina” de Benjamin es, tal como dijo, un caso de medios sin ningún fin.

A continuación, pone el ejemplo de los disturbios de París para desarrollar su tesis:
El triste hecho de que una oposición al sistema sea incapaz de articularse en forma de una alternativa realista, o al menos de un proyecto utópico significativo, y sólo pueda tomar la forma de un estallido absurdo, es una seria denuncia de la situación en que nos encontramos. ¿De qué sirve nuestra celebrada libertad de elección, cuando las únicas opciones a escoger son seguir las reglas o entregarse a una violencia (auto)destructiva? La violencia de los manifestantes se dirigió casi exclusivamente contra los suyos. Los coches que había en las escuelas incendiadas no eran los de sus vecinos ricos, sino que formaban parte del patrimonio ganado con gran esfuerzo por el mismo estrato social del que surgían los manifestantes. (…)
Hay que resistirse a o que yo denomino “la tentación hermenéutica”: la búsqueda de un algún significado más profundo o algún mensaje oculto en esos estallidos violentos. Lo que resulta más difícil de aceptar es precisamente la falta de sentido de esos disturbios; más que una forma de protesta, son lo que Lacan denominó un passage à l´acte: un impulsivo pasar a la acción que no se puede traducir en palabras o reflexión y que va acompañado de una frustración intolerable.
(…)
La violencia divina es brutalmente injusta: suele ser algo aterrador, no una sublime intervención de la bondad y la justicia divinas.(…) La triste conclusión que se impone es doble. En primer lugar, no hay nada noble ni sublime en lo que Benjamin denomina “violencia divina”: es “divina” precisamente en nombre de su carácter en excesivo destructor. En segundo lugar, hemos de abandonar la idea de que hay algo emancipador en las experiencias extremas, como si nos permitieran abrir los ojos y ver la verdad definitiva de una situación. (…) La lección más deprimente del horror y el sufrimiento: que no hay nada que aprender de ellos. La única manera de salir del círculo vicioso de esta depresión es pasar a un terreno de análisis económico y social concreto.

Sociológica y políticamente, el capítulo más interesante puede ser La economía política de los refugiados, en el que analiza las causas de la situación actual: 
Abandonados a su suerte, los africanos no conseguirán cambiar sus sociedades. ¿Por qué no? Porque nosotros, los europeos, se lo impedimos. Fue la intervención europea en Libia lo que sumió el país en el caos. Fue el ataque de Estados Unidos a Irak lo que creó las condiciones para la aparición del Estado Islámico (ISIS).
Zizek sostiene esta idea con muchos ejemplos, como los de República Centroafricana, Congo, Haití… y prosigue:
Lo único que hemos de hacer es eliminar a las empresas extranjeras de alta tecnología de la ecuación y todo el edificio de la guerra étnica alimentada por viejas pasiones se desmorona. Deberíamos empezar por ahí si realmente queremos ayudar a los africanos y detener el flujo de refugiados. Lo primero es recordar que casi todos los refugiados proceden de “estados fracasados” (…) (Siria, Líbano, Irak, Libia, Somalia, Congo, Eritrea…) En todos estos casos, la desintegración del poder estatal no es un fenómeno local, sino el resultado de la política y la economía internacionales, y en algunos casos, como en Libia e Irak, el resultado directo de la intervención occidental. Está claro que este incremento de los “estados fracasos” a finales del siglo XX y principios del XXI no es una desgracia fortuita, sino uno de los mecanismos mediante los que las grandes potencias ejercen su colonialismo económico. 
¿Por qué los musulmanes, que sin duda se vieron expuestos a la explotación, la dominación y otros aspectos destructivos y humillantes del colonialismo, escogieron como objetivo de su hostilidad lo que es (al menos para nosotros) la mejor parte del legado occidental, nuestro igualitarismo y libertades personales, incluyendo una saludable dosis de ironía y burla hacia todas las autoridades?
(…)
En ciertomodo, el terrorista noruego Anders Breivik tenía razón cuando escogió su objetivo: no atacó a los extranjeros, sino a aquellos de su propia comunidad que se mostraban demasiado tolerantes con los extranjeros intrusos. El problema no son los extranjeros, sino nuestra propia identidad (europea). Aunque la actual crisis de la UE se presenta como una crisis económica y financiera, en su dimensión fundamental se trata de una crisis ideológico-política: el fracaso de los referéndums que votaron la Constitución de la Unión Europea en Francia y Holanda en el año 2005 fue una clara señal de que los votantes percibían la UE como una unión económica “tecnocrática”.
La universalidad es una universalidad de “extraños”, de individuos reducidos al abismo de la impenetrabilidad no sólo para los demás, sino también para sí mismos. Cuando abordamos el tema de los extranjeros, deberíamos tener en cuenta la concisa fórmula de Hegel: los secretos de los antiguos egipcios también eran secretos para los egipcios mismos. Por eso, la manera más válida de llegar hasta el prójimo no es la empatía, intentar comprenderlo, sino una carcajada irrespetuoso que se burle tanto de él como de nosotros en nuestra mutua falta de (auto)comprensión. (…)
Ocurre exactamente lo mismo con los refugiados: ¿y si el hecho de “conocerlos” revela que son más o menos como nosotros, impacientes y violentos, exigentes, y, por lo general, miembros de una cultura que no puede aceptar muchos de los principios que nosotros consideramos incuestionables? Deberíamos cortar el vínculo entre refugiados y empatía humanitaria, y dejar de fundamentar nuestra ayuda en la compasión hacia su sufrimiento. En cambio, deberíamos ayudarlos porque es nuestro deber ético hacerlo, porque no podemos no hacerlo si queremos seguir siendo personas decentes, pero sin ese sentimentalismo que se rompe en el momento en que comprendemos que la mayor parte de los refugiados no son “personas como nosotros” (no porque sean extranjeros, sino porque nosotros mismos no somos “personas como nosotros”). Parafraseando a Winston Churchill: “A veces hacer el bien no es suficiente, aun cuando sea lo mejor que puedes hacer. A veces tienes que hacer lo necesario.” No basta con hacer (lo que consideramos) lo mejor para los refugiados: recibirlos con las manos abiertas, mostrar toda la simpatía y generosidad de que seamos capaces. El mismo hecho de que esa muestra de generosidad nos haga sentirnos bien debería despertar nuestro recelo: ¿no estaremos haciendo todo esto para olvidar qué es lo necesario?

Si todas las partes implicadas no comparten el respeto a la misma civilidad, entonces el multiculturalismo es una forma de ignorancia u odio mutuos legalmente regulados. (…)
La única manera de salir de esta disyuntiva consiste en ir más allá de la mera tolerancia; debemos proponer un proyecto universal positivo que compartan todos los participantes y luchar por él. No sólo debemos respetar a los otros, sino también ofrecerles una lucha común, pues hoy en día nuestros problemas son comunes.
(…)
Nuestro axioma debería ser que todo forma parte de la misma lucha universal: la lucha contra el neocolonialismo occidental, la lucha contra el fundamentalismo, la lucha de Wikileaks y Snowden, la lucha de Pussy Riot, la lucha contra el antisimetismo y también la lucha contra el sionismo agresivo. Si aquí transigimos, nos perdemos en componendas pragmáticas, y nuestra vida no vale la pena.
Así pues, hay que ampliar la perspectiva: los refugiados son el precio que paga la humanidad por la economía global. Mientras que las grandes migraciones son un rasgo constante de la historia humana, en la historia moderna su principal causa es la expansión colonial:antes de la colonización, los países del Tercer Mundo estaban formados de manera casi exclusiva por comnidades locales relativamente aisladas y autosuficientes, y fue la ocupación colonial lo que destruyó este modo de vida tradicional y condujo a renovadas migraciones a gran escala.
(…)
Europa tendrá que reafirmar su pleno compromiso con proporcionar medios que aseguren la supervivencia digna de los refugiados. En este punto no podemos ceder: las grandes migraciones son nuestro futuro, y la única alternativa a ese compromiso es una renovada barbarie (lo que algunos denominan el “choque de civilizaciones”). No obstante, la tarea más difícil e importante es emprender un cambio económico radical que elimine las condiciones que crean refugiados. La causa fundamental de la existencia de refugiados es el capitalismo global actual en sí mismo y sus juegos geopolíticos, y si no lo transformamos de manera radical, a los refugiados de África se les unirán pronto los países de Grecia y otros países europeos.
(…)
Lo que todas las luchas para defender estos bienes comunes comparten es la conciencia del potencial destructivo que podría liberarse si se permite que la lógica capitalista de privatizar estos bienes comunes campe a sus anchas, quizá hasta el punto de la autodestrucción de la propia humanidad.
Por fin, llegamos a la tesis final, la conclusión que convierte un ensayo interesantísimo en uno necesario:
Giorgio Agamben observó que “el pensamiento es el valor de la desesperanza”, una intuición que resulta especialmente pertinente en nuestro momento histórico, cuando incluso los diagnósticos más pesimistas acostumbran a terminar aludiendo a alguna esperanzadora versión de la proverbial luz al final del túnel. El auténtico valor no consiste en imaginar una alternativa, sino en aceptar las consecuencias del hecho de que no hay ninguna alternativa claramente perceptible. El sueño de una alternativa es señal de cobardía teórica: funciona como un fetiche que nos impide reflexionar a fondo sobre el punto muerto de la situación en que nos encontramos. En resumen, la postura realmente valiente consiste en admitir que es probable que la luz al final del túnel sea la de un tren que se acerca en dirección contraria.
(…)
¿Es todo una utopía? A lo mejor, quién sabe. De hecho, es incluso posible que así sea. Los últimos sucesos caóticos en Europa, la mezcla medio trágica y medio cómica de declaraciones de impotencia y comportamiento caótico y egoísta por parte de los miembros de la Unión Europea, la incapacidad de imponer un mínimo de acción coordinada, demuestran no sólo el fracaso de la Unión Europea, sino que también suponen una amenaza para su supervivencia.
(…)
Durante la primera mitad de 2015, el temor a los movimientos radicales emancipadores (Syriza, Podemos) recorrió Europa, mientras que en la segunda mitad la atención se desplazó hacia la cuestión “humanitaria” de los refugiados: un desplazamiento mediante el que la lucha de clases fue literalmente reprimida y reemplazada por la cuestión liberal-cultural de la tolerancia y la solidaridad. Con los asesinatos terroristas de París el viernes 13 de noviembre, incluso esta cuestión (que el menos todavía implica importantes motivos socioeconómicos) ha quedado eclipsada por la simple oposición de todas las fuerzas democráticas, atrapadas en una guerra implacable con las fuerzas del terror, y es fácil imaginar lo que seguirá: una búsqueda paranoica de agentes del ISIS entre los refugiados, animosidad contra los inmigrantes y restricciones a nuestras libertades, que en realidad no servirán para combatir a ISIS, sino sólo para introducir un espíritu permanente de emergencia. (…)
No deberíamos intentar “comprender mejor” a los terroristas del ISIS, en el sentido de que sus “actos deplorables son sin embargo la reacción a las intervenciones europeas”, sino que habría que caracterizarlos como lo que son: el reverso islamofascista de los racistas europeos antiinmigración; ambos son las dos caras de la misma moneda.
Lo que hay que recuperar, pues, es la lucha de clases, y la única manera de hacerlo es insistir en la solidaridad global con los explotados y oprimidos.
(…)
Quizá la solidaridad global sea una utopía, pero si no luchamos por ella, entonces estamos realmente perdidos, y merecemos estar perdidos.

sábado, 13 de agosto de 2016

El cuentista de César Martín Ortiz.


César Martín Ortiz fue un escritor brillante nacido en Salamanca en 1958 y fallecido abruptamente en 2010. Dejó publicados dos libros de poesía (premiados y supongo que magníficos, pero con los que aún no he logrado hacerme) y tres de relatos, género en el que demostró ser un absoluto maestro.

Ahora, Baile del Sol publica Cien centavos, una amplia selección de varios de sus mejores cuentos con un magnífico y sentido prólogo de José María Cumbreño en el que nos recuerda que "siempre ha habido una especie de historia de la literatura paralela a la oficial en la que habitan autores extraordinarios a los que se diría que lo único que les importa es escribir, escribir como si la vida les fuera en ello sin preocuparse de nada más. Y justo a esa raza de artistas verdaderos pertenecía César Martín Ortiz."


Yo voy a ser más directo y menos prosaico: para mí, sencillamente es uno de los mejores cuentistas de los últimos años, a la altura de Quim Monzó, Eloy Tizón o Juan Carlos Méndez Guédez. Creo que todo aquel que aprecie los relatos debería hacerse con la antología de Baile del Sol, tan completa que solo tiene una pega: no incluye "Fácil", una maravilla de relato que sí aparecía en Paso de contarlo, el último libro que César publicó en vida, gracias a la editorial Alcancía (cuya labor también debe ser reivindicada a la menor ocasión, especialmente por las obras de Gonzalo Hidalgo Bayal, María Ángeles Pérez López o la ya mencionada colección de César, absolutamente inapelable). Por eso, no puedo resistirme a compartirlo aquí:

FÁCIL 
Es fácil sacudir la pluma estilográfica antes de ponerse a escribir, porque las plumas estilográficas, a diferencia de los modernos rotuladores calibrados y los bolígrafos de tinta de gel o de punta cerámica, no ofrecen esa disponibilidad inmediata y esa regularidad mecánica, y su trazo es mucho más subjetivo y depende de la fuerza con que se apriete o del ángulo del plumín sobre el papel o del hecho de haber soltado un poco la tinta con algunas sacudidas. Estas sacudidas suelen provocar la aparición de unas gotitas de tinta sobre el papel, y es fácil, mientras el papel aún no ha empapado del todo la tinta y la tensión superficial de ésta la mantiene en forma de pequeñas cúpulas semiesféricas, sacarles a las gotitas unas patas de araña sin apretar el plumín, es decir, sin gastar tinta del propio depósito de la pluma; sacar ocho patitas a cada una de las gotas semiesféricas y dibujar de este modo tan simple media docena de arañas dispuestas en forma escalonada a lo largo y ancho de la hoja del cuaderno, y como la hoja del cuaderno ya se ha vuelto inservible para escribir nada en ella, entonces es fácil dibujar unas líneas rectas, verticales, que parten del dorso de cada una de las arañitas y llegan, paralelas, hasta el borde superior de la hoja del cuaderno, y esto es especialmente satisfactorio cuando, por ejemplo, dos de las arañitas han tenido el capricho de aparecer casi sobre la misma vertical, de modo que el hilo que parte de una de ellas debe atravesar a la otra arañita o por lo menos cruzarse con sus patas, y de este modo tan fácil se crea una ilusión de profundidad tridimensional que resulta muy linda de ver. Y cuando ya están los seis o siete hilos, tantos como arañitas, tendidos hasta el borde superior de la hoja, es fácil dibujar allí arriba las telas de las correspondientes arañitas mediante el procedimiento de trazar, desde un punto dado, líneas divergentes, como las varillas de un paraguas, y unirlas mediante otras líneas curvas que serían la tela del paraguas, suponiendo que fuera una tela de rayas y no con otro tipo de decoración; y esto de dibujar las telas de las arañitas es también muy fácil, aunque quizá no para el principiante, pero sí para los que tenemos larga experiencia en reuniones, comisiones, conferencias, cursillos, seminarios y otras modalidades de trabajo en equipo que serían de un aburrimiento insufrible si no fuese porque en todas ellas le permiten a uno llevar pluma y papel - en algunas incluso te los proporcionan los organizadores - para dibujar arañitas e hilos de arañitas y telas allí arriba, en el borde de la página. Y cuando ya están dispuestas las telas y los hilos largos que utilizan las arañas para simular que en ese momento no están en la tela, y las arañas al final de cada hilo largo vertical, podemos observar que la página, aunque armoniosamente dispuesta, adolece de un cierto estatismo, y entonces es fácil dar unos pinchacitos suaves con la pluma, al azar, en torno a las arañitas y los hilos largos y las telas, de manera que formen una nube o constelación de puntos a los que luego es fácil dibujarles dos bucles y transformarlos en moscas dípteras que pululan por la página, convertida ahora, con esta facilidad, en un escenario natural en el que se desarrolla el drama de la vida de un modo dinámico. El dinamismo procede, más que nada, del hecho de que las moscas dípteras no están colgadas de hilo alguno sino revoloteando por sus propios medios, pero si esto no nos satisface por entero, es muy fácil incrementar el dinamismo dibujando unas comillas junto a las alas de las moscas dípteras y creando de este modo tan fácil un efecto de movimiento vibratorio muy real. Y cuando la página, cuando esa página inocente de un cuaderno escolar barato, resulta que es el escenario catastrófico del horror de la vida, donde unos seres existen para que otros se los coman, a despecho de sus emociones y de sus vidas privadas que les dan felicidad o no, y a despecho de sus obligaciones familiares y de sus vocaciones y de su relevancia personal en el conjunto del todo; cuando resulta que esos seres, las moscas dípteras en este caso, con sus vidas interesantes, no son más que pura papilla alimenticia para las arañitas, que por otra parte nos empezaban a caer simpáticas, entonces es cuando se abre la puerta y entra nuestra querida compañera, la mujer a la que amamos, que se había ido con su madre a comprar una blusa, y nos pregunta, al vernos sumergidos en el cuaderno, si hemos trabajado algo, y entonces es muy fácil decir que sí, corazón, que hoy nos ha salido algo muy bonito.
Paso de contarlo.
César Martín Ortiz
Alcancía, 2004 

viernes, 12 de agosto de 2016

La Transición 2.0 (poemazo de Gsús Bonilla)

El poemazo de Juan Bonilla del otro día (que deben leer o releer aquí) me ha recordado a esta otra maravilla de Gsús Bonilla incluida en Viga, su libro publicado por Ediciones Liliputienses.



La Transición 2.0

Otro desempleado célebre
que yo recuerde, ese fue mi padre

que de los cuarenta y siete años
que permaneció sobre la tierra
estuvo, al menos diez, sin trabajo remunerado.

Prestaciones, subsidios, ayudas familiares…
De aquello, en esos años, nos manteníamos.

De aquello, y de mi madre
Que fregaba escaleras, limpiaba bares y asistía en casas.

En el año setenta emigró, mi padre
desde un pequeño pueblo de Extremadura a la gran ciudad
en busca, como tantos otros, de mejores condiciones de vida.

Sufrió la crisis de los setenta, la de los ochenta
y hasta la de los noventa tuvo tiempo de conocer.

Fue, en mil novecientos noventa y uno
que se lo comió un cáncer

y el mismo día de mi veinte cumpleaños
lo enterramos.

Cómo no me voy a acordar de mi padre.
Qué personaje mi padre.

jueves, 11 de agosto de 2016

Rocío Acebal reseña "Diario de un puretas recién casado"

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La insultantemente joven aunque sobradísimamente preparada poeta Rocío Acebal (cuyo debut, al que conviene estar atentos, saldrá publicado en octubre en Valparaíso) reseña en su más que recomendable blog mi último libro: Diario de un puretas recién casado.
Desde aquí, gracias por tan atenta lectura y tan generosa crítica. Nos leemos:
Coloquial, cercana y sorprendente, así podría definirse esta última entrega. Nos ofrece otra mirada hacia hitos de las relaciones amorosas como los votos nupciales ("Prometo con los dedos rectos serle / fiel de palabra y obra y esconder un mínimo / las carpetas del porno (...) Prometo traerle flores de vez en cuando / acordarme alguna vez de alguna fecha / no meter cosas sin tapar en la nevera...") sin miedo a apelar a la flamenca de whatsapp, al porno o a los emoticonos. Peña Dacosta busca lo hermoso en la realidad en lugar de inventar un espacio idílico de amor y flores, trayéndonos a menudo a la memoria los versos de "Canción de aniversario" de Jaime Gil de Biedma: "la realidad -no demasiado hermosa- con sus inconvenientes de ser dos".
Resulta curiosa la fuerte relación entre el amor y la política que encontramos en Diario de un puretas recién casado, pasando por la lucha contra el heteropatriarcado desde los gestos románticos ("y paguemos a medias, vida mía / acabemos juntos con tantos siglos / de opresivo patriarcado") o la comparación del "sacrificio conjunto" del amor, con el comunismo ("Pero con ciertas garantías de éxito"), pasando por una de las mejores composiciones: "Si se puede...".
Aunque entre preparativos de boda y gestos de amor, el placentino también encuentra hueco para, sin abandonar nunca su característico humor, relatar los cambios de la madurez ("...supongo / que existe un yo distinto / en otra dimensión sin extra de queso"), y también a aquellas cosas que nunca parecen cambiar ("Me levanto como cuando estaba / soltero: empalmado pero jodido / de la nariz y la vida, cansado / de mi cuerpo y la lucha diaria / con los niños y la almohada").
En conclusión, el brevísimo segundo libro de Peña Dacosta viene cargado de ironía, sagacidad y buena poesía. Una lectura amena y muy recomendable.

"Borrador de un poema" (brutales versos en el último libro de Juan Bonilla)


Llevaba desde que salió, resistiéndome a comprar Poemas pequeño-burgueses, el último poemario de Juan Bonilla, pese a que es un libro publicado en una editorial de prestigio, de un autor que me encanta y que tiene un título genial (en realidad, ésa podía ser la razón oculta: pensar que se me había adelantado y que, en su momento, debía haberlo utilizado como subtítulo para La huida hacia delante y/o Diario de un puretas recién casado. En fin.)

Finalmente, acabé cayendo en la tentación, quizá espoleado por reseñas tan elogiosas (con razón) de críticos más que fiables como Antonio Rivero Taravillo, Álvaro Valverde o Luis Bagué Quílez, además de comentarios en privado o vía Facebook de autores que considero una referencia, como la gran Ballerina Vargas Tinajero.
ACTUALIZACIÓN: Añado la lectura que ofreció Gonzalo Gragera para Oculta, Juan Bonilla, común y universal.

El libro no me ha decepcionado en absoluto y he encontrado lo que esperaba: crítica social desde la ironía y el sarcasmo, humor triste y versos inapelables.

Pero, sobre todo, he descubierto lo que me ha parecido el mejor poema que he leído, al menos, en lo que va de 2016:

BORRADOR DE UN POEMA

Me levanto a las seis aunque detesto madrugar.
Me pone malo el agua fría pero abro el grifo de agua fría
y aguanto diez segundos bajo el chorro.
Me gusta el café solo y me sienta mal la leche
pero le echo un golpe de leche al café y lo tomo con azúcar
aunque no me gusta endulzarlo.
Solo fumo cuando atardece, y aún así
enciendo tan temprano un Camel:
si todo sale según lo previsto
al terminar el día me habré fumado cajetilla y media.
Detesto oír la radio en la mañana, esos comentaristas
que avisan del apocalipsis a diario,
pero prendo la radio y oigo un bocazas
decir que España se rompe y que hay que echar a los moros.
Gomina en el pelo. Agua de colonia.
Sus zapatos y su pantalón y su camisa.
No bebo alcohol pero a las seis y media estoy
en la barra del Zettelmeyer
tomándome un coñac.
Me deprimen los tambores de la prensa deportiva
pero ahí estoy leyendo el Marca, un reportaje
sobre el mercado de fichajes de este invierno.

¿A qué viene todo esto?
Digamos que es costumbre familiar.
Cuando se muere un padre alguno de sus hijos
tiene que regalarle un día,
hacer durante un día las cosas que el difunto ya no hará,
ponerse en su lugar.
El día de regalo, ya te digo.
Son las siete y se yergue ahora la pregunta:
¿qué hacía mi viejo toda la mañana?
¿qué hacía un hombre de cincuenta y nueve
años en paro desde hacía dos
después de cuarenta años de trabajo?
Supongo que buscar trabajo ansioso,
pensar en el suicidio mientras llegaba el infarto
que al fin puso remedio a sus tristezas.
No sé. Era demasiado orgulloso
para arrastrarse a pedir algún favor o mendigar unas faenas.
A las nueve tengo que volver a casa
para llevar a Joaquín a la guardería y me preguntará
por qué no lo lleva el abuelo como siempre
-y siempre ahí significa tres meses a diario-.
Se va, se va, el poema se me va por lo anecdótico.
No es más que un borrador.

Mientras regalo el día me sacuden recuerdos del difunto:
a veces tiernos o hilarantes o brutales.
No me pegó jamás (claro que sí pegó a mi madre
una vez, después fue a emborrachase,
volvió a las tantas repitiendo su cantinela insoportable
"me tengo que matar" "qué he hecho" "tengo que matarme"
shalalá:
estuve un año sin dirigirle la palabra,
-tiene algo de mérito porque yo tenía doce años-).
Era de sangre muy caliente, yo creo que era bipolar,
había días que el mundo era un cachorro que estaba pidiéndonos
que saliésemos a jugar con el,
y otras era un campo de concentración
en el que nos había tocado el papel de prisioneros.
Se quejaba de su puta suerte muy a menudo.
He heredado algunas cosas suyas, no puedo negarlo.
La relación con el dinero por ejemplo: gastarlo
cuando lo tengo como si no hubiera mañana, no darle
importancia alguna y pasar luego meses penando
por haber gastado los ahorros y decirme qué idiota eres,
no darle importancia al dinero
te hace pensar en el dinero a todas horas.
También la frialdad emocional es suya.
Ese esconderse suyo para echar unas lágrimas por algo.

Mi padre tuvo una infancia complicada.
Hijo de madre soltera en la España de los cuarenta.
Lo inscribieron en el libro de familia como hermano de su madre.
Esas cosas pasaban en los heroicos días
del nacionalcatolicismo.
Se crió en un café cantante. Lo despertaban de madrugada
a los diez o doce años para que fuera por hielo.
Debió ver cosas muy edificantes
que le sirvieron luego para no escandalizarse por nada.
Se salvó mediante el fútbol.
Jugaba bien, se soñaba estrella de los estadios, como tantos,
como yo mismo más adelante.
Por las mañanas trabajaba en un taller de mecánico
mientras cumplía 21 y podía sacarse el carné de camión,
y por las tardes entrenaba.
Lo fichó el Atlético Sanluqueño, camiseta verdiblanca.
Luego conoció a mi madre en la Alameda Vieja.
Ella quedó embarazada y se casaron
como era lógico en la época.
Dejó el fútbol, empezó con los camiones.
Llegué yo.
A veces le tomaba el pelo diciéndole:
tú que querías ser futbolista y terminaste
conduciendo los autobuses que llevan a los futbolistas
del aeropuerto al hotel, del hotel al estadio, del estadio al aeropuerto.
Dejaba de hablarme durante semanas.

Y bien ya son las nueve. Mi madre ni siquiera se sorprende
de verme oliendo a él, vestido de él, dispuesto a hacer
lo que él hubiera hecho de estar vivo.
Llevar a su primer nieto a la guardería.
Un nieto que lleva su nombre y que es también hijo de madre soltera.
¿Por qué no me lleva el abuelo como siempre?
El abuelo ha muerto, peque.
Ah, vale.
Pero lo puedes seguir viendo: están los sueños.
Ah, claro.
¿Qué hacía mi padre toda la mañana?
Una zona de sombra o libertad hasta las 2,
cuando tenga que regresar a recoger a Joaquín a la guardería.
Me invento que se dedicaba a conducir.
Casi cuarenta años conduciendo
camionetas, camiones, pomposos coches de magnate, valencianas,
y de repente, el paro,
la quiebra de la empresa por orden del gobierno,
una indemnización y hasta la vista.
Me gustaba de niño,
verlo llegar en un interminable tráiler,
en cuya cabina -con una palanca de cambios del tamaño de un bastón-
nos apilábamos sus hijos mientras él subía a comer.
Y los camiones cisternas en los que alguna vez me llevó a Cádiz:
él cargaba en el puerto mientras yo, quice años, dieciséis,
me iba de librerias.
Ahora que lo pienso, si me preguntaran
qué hiciste con tu padre,
tendría que responder: kilómetros, muchos kilómetros.
Más kilómetros compartimos que palabras.

Hay algo que nunca le perdonaré,
ni siquiera mientras le regalo el día.
Chicuelo, nuestro bóxer.
Nos lo trajo una tarde y unos meses después nos lo quitó.
Él, que nunca le hacía caso a mi madre, se lo hizo en aquello.
Joaquín, no bebas. Y seguía bebiendo.
Joaquín, no fumes. Y seguía fumando.
Joaquín, no tardes. Y volvía a las tantas si volvía.
Joaquín, deshazte del perro. Y se deshizo del perro.
Qué cabrón.
Nos hizo creer que Chicuelo se había escapado
y allá que nos fuimos todos los hermanos a buscarlo.
Gritábamos su nombre en barrios en los que antes
no hubiéramos entrado ni hartos de droga
igual que los chavales de esos barrios
no entraban en el nuestro.
Volvíamos de nuestras expediciones con las manos vacías
y el ánimo arrasado.
Todos nos ocultábamos para que los otros no nos vieran llorar.
Qué cabrón.
También él se ocultaba.
Se dio cuenta a los dos días que perder un perro
era mucho más grave de lo que su elocuente infancia cruel
podía permitirse.
Una vez Chicuelo se meó en el pasillo
y él cogió al perro y le metió el hocico en los orines:
así aprenderá que aquí no se hace,
a mí me lo enseñaron cuando chico.
Se meaba en la cama, y para enseñarle que eso no se hacía,
que no tenían plata para colchones y sábanas,
le hundían la cara en la mancha de meado.
Pero siguió meándose en la cama algún tiempo más.
Se levantaba y antes de que le hundieran la cara en la mancha de orín
él mismo hundía la cara.
Mucho más tarde, cuando Chicuelo era sólo un fantasma
que se nos aparecía en sueños,
e iba del sueño de uno al de otro como familiar solitario
que cada tarde visista a un pariente para recordarles que existe,
mi padre nos contó que lo dejó en la carretera de Trebujena.
Primero nos dijo que se lo había dado a unos de una finca,
pero la verdad fue más fuerte que él
y años más tarde nos la tuvo que contar.
Vi claramente al perro extrañado en el camino,
pensando que era un juego de su amo,
se metía en el coche y él tenía que perseguirlo,
pero aceleraba y aceleraba,
lo miraba por el espejo retrovisor y le decía adiós a Chicuelo.
Y el perro se cansaba y se paraba y se iba empequeñeciendo
sin saber que iba a agrandarse nuestra angustia.
Qué pedazo de cabrón.

El día de regalo lo emplearé en conducir por la carretera de Trebujena.
Han pasado más de veinte años y seguro que Chicuelo
murió atropellado o desfalleció de hambre o lo encontró alguien
y lo adoptó o lo utilizaron unos miserables
para que se entrenaran unos perros de pelea.
Pero yo conduzco en el papel de mi padre
por la carretera de Trebujena
buscándolo en aquellos días felices de mi infancia
en que los hermanos nos peleábamos por ser los primeros
en regresar a casa
par sacar a Chicuelo.
Creo que es la única vez que odié a mi madre, cuando supe.
Si encontrara a un perro cualquiera en el camino
lo montaría en el coche de mi padre
y se lo llevaría de regalo a Joaquín, su nieto.
Después por la tarde, tras comer y tras la siesta -que nunca duermo-
me tomaré otro café con leche, pugnando con la náusea,
iré al España a tomarme un par de finos,
le compraré cupones al ciego y haré una quiniela
aunque jamás me gasto un duro en juegos de azar,
y más tarde veré algún programa bobo de televisión
y me tomaré un gin-tonic por toda cena,
un Camel detrás de otro para acabar el día de regalo,
hasta que toque irse a la cama,
encenderé la radio, aunque me tortura oír la radio de madrugada,
esos programas de gente que llama para contar tragedias
que quizá le hicieran sentir a mi padre
que tampoco le iba tan mal.

(Dejaré aquí este borrador de poema,
quizá algún día mi hijo lo descubra entre mis cosas,
y piense: un día de regalo, vale, padre,
y se levante como yo a las tantas, aunque le guste madrugar,
y se tome un café solo y sin azúcar, aunque le siente mal,
y se duche con agua muy caliente aunque prefiera la templada,
y se vaya a caminar aunque lo suyo sea el gimnasio,
y luego abra mi computadora
aunque escribir no sea su modo de estar en el mundo,
y encuentre este poema en borrador
y ajuste cuentas conmigo
y me regale uno de los milagrosos días de su vida
cuando el milagro de la mía haya terminado
y corrija y termine este poema).

Poemas pequeño-burgueses
Juan Bonilla
Renacimiento, 2016