Que Zizek es uno de los pensadores más influyentes y necesarios de la actualidad es una obviedad innegable, guste más o menos su caricaturización y mainstremización, sus incursiones en el cine o su espídico ritmo de publicaciones. Por eso, tan pronto como pude me hice con un ejemplar de La nueva lucha de clases: los refugiados y el terror, que terminó subrayado casi en su totalidad. Comparto aquí algunos de los párrafos que me han parecido más interesantes y necesarios:
Del interesantísimo capítulo Romper los tabúes de la izquierda:
La lección hay que extraer del mundo posterior al 11-S es que el sueño de Francis Fukuyama de una democracia liberal global se ha mostrado ilusiorio, pero a nivel económico el capitalismo ha triunfado en todo el orbe: las naciones del Tercer Mundo (China, Vietnam…) que lo suscriben son aquellas que crecen (…)
El capitalismo global no tiene ningún problema a la hora de adaptarse a una pluralidad de religiones, culturas y tradiciones locales; de hecho, la máscara de la diversidad cultural la sustenta el presente universalismo global funciona aún mejor si se organiza políticamente según los así llamados “valores asiáticos”, es to es, de manera autoritaria. (…)
En resumen, se tiende a rechazar los valores culturales occidentales justo en el momento en que, reinterpretados de manera crítica, muchos de ellos (igualitarismo, derechos fundamentales, Estado del bienestar) podrían servir de arma contra la globalización capitalista. ¿Acaso hemos olvidado que toda la idea de la emancipación comunista, tal como la concibió Marx, es absolutamente “eurocéntrico”?
El siguiente tabú que hay que abandonar es la idea de que la protección de nuestro modo de vida es en sí misma una categoría protofascista o racista. La idea es más o menos así: si protegemos nuestro modo de vida, abrimos la puerta a la oleada antiinmigración que campa por toda Europa
(…)
La verdadera amenaza a nuestro modo de vida comunitario no son los extranjeros, sino la dinámica del capitalismo global: sólo en los Estados Unidos, los últimos cambios económicos han contribuido más a destruir la vida comunitaria en las ciudades pequeñas –el modo en que la gente corriente participa en los acontecimientos políticos y se esfuerza por resolver sus problemas locales de manera colectiva- que todos los inmigrantes juntos
(...)
El siguiente tabú izquierdista que hay que abandonar es el de prohibir cualquier crítica al islam tachándola de “islamofobia”, una auténtica imagen especular de la demonización populista antiinmigración del islam: hay que acabar ya con ese miedo patológico de muchos izquierdistas liberales de Occidente a ser culpables de islamofobia.
(…)
Las alternativas políticas que proporciona el islam pueden identificarse claramente; van del nihilismo fascista, que parasita el capitalismo, a lo que representa Arabia Saudí; ¿podemos imaginar un país más integrado en el capitalismo global que Arabia Saudí o cualquiera de los Emiratos? Lo máximo que el islam puede ofrecer, en su versión moderada, es otro tipo de “modernidad alternativa” más, una visión del capitalismo sin sus antagonismos, que no puede sino parecerse al fascismo
Resulta del todo legítimo plantear la cuestión de si existen rasgos en su religión y cultura que abonen el terreno para la brutalidad contra las mujeres. Sin culpar al Islam en cuanto que tal (en sí mismo no es más misógino que el cristianismo), podemos observar que la violencia contra las mujeres va asociada a su subordinación y su exclusión de la vida púbica en muchos países y comunidades musulmanes, por no mencionar que, entre muchos grupos y movimientos señalados como fundamentalistas, la estricta imposición de una diferencia sexual jerárquica constituye el primer punto de su programa.
Así pues, deberíamos aplicar el mismo criterio a ambos lados, sin temor a admitir que, aunque nuestros fundamentalistas cristianos están más marginados que los del mundo musulmán (¿quién se los toma realmente en serio?), nuestra crítica liberal laica del fundamentalismo también está contaminada por la falsedad.
Uno de los conceptos más interesantes del libro es la explicación y reinterpretación de "justicia divina", que Zizek matiza y desarrolla así:
Tal como señala Le Gaufey, ahí reside la diferencia entre Carl Schmitt y Benjamin: Schmitt ve limitado el tema de la violencia como medio para alcanzar un fin, y por eso la expresión de violencia más radical que puede imaginar es la de la violencia mítica, violencia que sirve para fundamentar el estado derecho (aun cuando viole el orden de la existente), mientras que la “violencia divina” de Benjamin es, tal como dijo, un caso de medios sin ningún fin.
A continuación, pone el ejemplo de los disturbios de París para desarrollar su tesis:
El triste hecho de que una oposición al sistema sea incapaz de articularse en forma de una alternativa realista, o al menos de un proyecto utópico significativo, y sólo pueda tomar la forma de un estallido absurdo, es una seria denuncia de la situación en que nos encontramos. ¿De qué sirve nuestra celebrada libertad de elección, cuando las únicas opciones a escoger son seguir las reglas o entregarse a una violencia (auto)destructiva? La violencia de los manifestantes se dirigió casi exclusivamente contra los suyos. Los coches que había en las escuelas incendiadas no eran los de sus vecinos ricos, sino que formaban parte del patrimonio ganado con gran esfuerzo por el mismo estrato social del que surgían los manifestantes. (…)
Hay que resistirse a o que yo denomino “la tentación hermenéutica”: la búsqueda de un algún significado más profundo o algún mensaje oculto en esos estallidos violentos. Lo que resulta más difícil de aceptar es precisamente la falta de sentido de esos disturbios; más que una forma de protesta, son lo que Lacan denominó un passage à l´acte: un impulsivo pasar a la acción que no se puede traducir en palabras o reflexión y que va acompañado de una frustración intolerable.
(…)
La violencia divina es brutalmente injusta: suele ser algo aterrador, no una sublime intervención de la bondad y la justicia divinas.(…) La triste conclusión que se impone es doble. En primer lugar, no hay nada noble ni sublime en lo que Benjamin denomina “violencia divina”: es “divina” precisamente en nombre de su carácter en excesivo destructor. En segundo lugar, hemos de abandonar la idea de que hay algo emancipador en las experiencias extremas, como si nos permitieran abrir los ojos y ver la verdad definitiva de una situación. (…) La lección más deprimente del horror y el sufrimiento: que no hay nada que aprender de ellos. La única manera de salir del círculo vicioso de esta depresión es pasar a un terreno de análisis económico y social concreto.
Sociológica y políticamente, el capítulo más interesante puede ser La economía política de los refugiados, en el que analiza las causas de la situación actual:
Abandonados a su suerte, los africanos no conseguirán cambiar sus sociedades. ¿Por qué no? Porque nosotros, los europeos, se lo impedimos. Fue la intervención europea en Libia lo que sumió el país en el caos. Fue el ataque de Estados Unidos a Irak lo que creó las condiciones para la aparición del Estado Islámico (ISIS).Zizek sostiene esta idea con muchos ejemplos, como los de República Centroafricana, Congo, Haití… y prosigue:
Lo único que hemos de hacer es eliminar a las empresas extranjeras de alta tecnología de la ecuación y todo el edificio de la guerra étnica alimentada por viejas pasiones se desmorona. Deberíamos empezar por ahí si realmente queremos ayudar a los africanos y detener el flujo de refugiados. Lo primero es recordar que casi todos los refugiados proceden de “estados fracasados” (…) (Siria, Líbano, Irak, Libia, Somalia, Congo, Eritrea…) En todos estos casos, la desintegración del poder estatal no es un fenómeno local, sino el resultado de la política y la economía internacionales, y en algunos casos, como en Libia e Irak, el resultado directo de la intervención occidental. Está claro que este incremento de los “estados fracasos” a finales del siglo XX y principios del XXI no es una desgracia fortuita, sino uno de los mecanismos mediante los que las grandes potencias ejercen su colonialismo económico.
¿Por qué los musulmanes, que sin duda se vieron expuestos a la explotación, la dominación y otros aspectos destructivos y humillantes del colonialismo, escogieron como objetivo de su hostilidad lo que es (al menos para nosotros) la mejor parte del legado occidental, nuestro igualitarismo y libertades personales, incluyendo una saludable dosis de ironía y burla hacia todas las autoridades?
(…)
En ciertomodo, el terrorista noruego Anders Breivik tenía razón cuando escogió su objetivo: no atacó a los extranjeros, sino a aquellos de su propia comunidad que se mostraban demasiado tolerantes con los extranjeros intrusos. El problema no son los extranjeros, sino nuestra propia identidad (europea). Aunque la actual crisis de la UE se presenta como una crisis económica y financiera, en su dimensión fundamental se trata de una crisis ideológico-política: el fracaso de los referéndums que votaron la Constitución de la Unión Europea en Francia y Holanda en el año 2005 fue una clara señal de que los votantes percibían la UE como una unión económica “tecnocrática”.
La universalidad es una universalidad de “extraños”, de individuos reducidos al abismo de la impenetrabilidad no sólo para los demás, sino también para sí mismos. Cuando abordamos el tema de los extranjeros, deberíamos tener en cuenta la concisa fórmula de Hegel: los secretos de los antiguos egipcios también eran secretos para los egipcios mismos. Por eso, la manera más válida de llegar hasta el prójimo no es la empatía, intentar comprenderlo, sino una carcajada irrespetuoso que se burle tanto de él como de nosotros en nuestra mutua falta de (auto)comprensión. (…)
Ocurre exactamente lo mismo con los refugiados: ¿y si el hecho de “conocerlos” revela que son más o menos como nosotros, impacientes y violentos, exigentes, y, por lo general, miembros de una cultura que no puede aceptar muchos de los principios que nosotros consideramos incuestionables? Deberíamos cortar el vínculo entre refugiados y empatía humanitaria, y dejar de fundamentar nuestra ayuda en la compasión hacia su sufrimiento. En cambio, deberíamos ayudarlos porque es nuestro deber ético hacerlo, porque no podemos no hacerlo si queremos seguir siendo personas decentes, pero sin ese sentimentalismo que se rompe en el momento en que comprendemos que la mayor parte de los refugiados no son “personas como nosotros” (no porque sean extranjeros, sino porque nosotros mismos no somos “personas como nosotros”). Parafraseando a Winston Churchill: “A veces hacer el bien no es suficiente, aun cuando sea lo mejor que puedes hacer. A veces tienes que hacer lo necesario.” No basta con hacer (lo que consideramos) lo mejor para los refugiados: recibirlos con las manos abiertas, mostrar toda la simpatía y generosidad de que seamos capaces. El mismo hecho de que esa muestra de generosidad nos haga sentirnos bien debería despertar nuestro recelo: ¿no estaremos haciendo todo esto para olvidar qué es lo necesario?
Si todas las partes implicadas no comparten el respeto a la misma civilidad, entonces el multiculturalismo es una forma de ignorancia u odio mutuos legalmente regulados. (…)
La única manera de salir de esta disyuntiva consiste en ir más allá de la mera tolerancia; debemos proponer un proyecto universal positivo que compartan todos los participantes y luchar por él. No sólo debemos respetar a los otros, sino también ofrecerles una lucha común, pues hoy en día nuestros problemas son comunes.
(…)
Nuestro axioma debería ser que todo forma parte de la misma lucha universal: la lucha contra el neocolonialismo occidental, la lucha contra el fundamentalismo, la lucha de Wikileaks y Snowden, la lucha de Pussy Riot, la lucha contra el antisimetismo y también la lucha contra el sionismo agresivo. Si aquí transigimos, nos perdemos en componendas pragmáticas, y nuestra vida no vale la pena.
Así pues, hay que ampliar la perspectiva: los refugiados son el precio que paga la humanidad por la economía global. Mientras que las grandes migraciones son un rasgo constante de la historia humana, en la historia moderna su principal causa es la expansión colonial:antes de la colonización, los países del Tercer Mundo estaban formados de manera casi exclusiva por comnidades locales relativamente aisladas y autosuficientes, y fue la ocupación colonial lo que destruyó este modo de vida tradicional y condujo a renovadas migraciones a gran escala.
(…)
Europa tendrá que reafirmar su pleno compromiso con proporcionar medios que aseguren la supervivencia digna de los refugiados. En este punto no podemos ceder: las grandes migraciones son nuestro futuro, y la única alternativa a ese compromiso es una renovada barbarie (lo que algunos denominan el “choque de civilizaciones”). No obstante, la tarea más difícil e importante es emprender un cambio económico radical que elimine las condiciones que crean refugiados. La causa fundamental de la existencia de refugiados es el capitalismo global actual en sí mismo y sus juegos geopolíticos, y si no lo transformamos de manera radical, a los refugiados de África se les unirán pronto los países de Grecia y otros países europeos.
(…)
Lo que todas las luchas para defender estos bienes comunes comparten es la conciencia del potencial destructivo que podría liberarse si se permite que la lógica capitalista de privatizar estos bienes comunes campe a sus anchas, quizá hasta el punto de la autodestrucción de la propia humanidad.
Por fin, llegamos a la tesis final, la conclusión que convierte un ensayo interesantísimo en uno necesario:
Giorgio Agamben observó que “el pensamiento es el valor de la desesperanza”, una intuición que resulta especialmente pertinente en nuestro momento histórico, cuando incluso los diagnósticos más pesimistas acostumbran a terminar aludiendo a alguna esperanzadora versión de la proverbial luz al final del túnel. El auténtico valor no consiste en imaginar una alternativa, sino en aceptar las consecuencias del hecho de que no hay ninguna alternativa claramente perceptible. El sueño de una alternativa es señal de cobardía teórica: funciona como un fetiche que nos impide reflexionar a fondo sobre el punto muerto de la situación en que nos encontramos. En resumen, la postura realmente valiente consiste en admitir que es probable que la luz al final del túnel sea la de un tren que se acerca en dirección contraria.
(…)
¿Es todo una utopía? A lo mejor, quién sabe. De hecho, es incluso posible que así sea. Los últimos sucesos caóticos en Europa, la mezcla medio trágica y medio cómica de declaraciones de impotencia y comportamiento caótico y egoísta por parte de los miembros de la Unión Europea, la incapacidad de imponer un mínimo de acción coordinada, demuestran no sólo el fracaso de la Unión Europea, sino que también suponen una amenaza para su supervivencia.
(…)
Durante la primera mitad de 2015, el temor a los movimientos radicales emancipadores (Syriza, Podemos) recorrió Europa, mientras que en la segunda mitad la atención se desplazó hacia la cuestión “humanitaria” de los refugiados: un desplazamiento mediante el que la lucha de clases fue literalmente reprimida y reemplazada por la cuestión liberal-cultural de la tolerancia y la solidaridad. Con los asesinatos terroristas de París el viernes 13 de noviembre, incluso esta cuestión (que el menos todavía implica importantes motivos socioeconómicos) ha quedado eclipsada por la simple oposición de todas las fuerzas democráticas, atrapadas en una guerra implacable con las fuerzas del terror, y es fácil imaginar lo que seguirá: una búsqueda paranoica de agentes del ISIS entre los refugiados, animosidad contra los inmigrantes y restricciones a nuestras libertades, que en realidad no servirán para combatir a ISIS, sino sólo para introducir un espíritu permanente de emergencia. (…)
No deberíamos intentar “comprender mejor” a los terroristas del ISIS, en el sentido de que sus “actos deplorables son sin embargo la reacción a las intervenciones europeas”, sino que habría que caracterizarlos como lo que son: el reverso islamofascista de los racistas europeos antiinmigración; ambos son las dos caras de la misma moneda.
Lo que hay que recuperar, pues, es la lucha de clases, y la única manera de hacerlo es insistir en la solidaridad global con los explotados y oprimidos.
(…)
Quizá la solidaridad global sea una utopía, pero si no luchamos por ella, entonces estamos realmente perdidos, y merecemos estar perdidos.
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