El pasado sábado 7 de noviembre se presentaron dos libros de Ediciones de la Isla de Siltolá en la magnífica librería Casa Tomada de Sevilla, que últimamente se convertido en un fenómeno viral en internet y a los que he robado una idea para trabajar los microrrelatos en clase. Por tanto, no tenía más remedio que acudir y confesar en persona, confiando en que perdonaran mi atrevimiento, a ser posible tras unas cervezas.
Además, tenía muchas ganas de escuchar a los autores, Ana Llurba y Fernando P. Fernández, que, sin ser, en absoluto, conocidos, no eran tampoco absoluto desconocidos para mí:
Con Fernando había coincidido hace exactamente catorce años y medio en un intercambio a Francia y llevábamos sin vernos desde entonces, aunque Facebook había cumplido su enredada labor de red, convirtiéndonos en “amigos” virtuales recientemente.
Había seguido además las noticias de la publicación de su libro y leído algunas reseñas sobre el mismo, especialmente esta, tan elogiosa como el poemario merece, de Álvaro Valverde.
En cuanto a Ana Llurba, no la conocía pero sí conocía a su libro, ya que, como conté en esta entrada, había formado parte del jurado del I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas, que su Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr, en mi opinión, también con toda justicia.
La presentadora resultó ser la poeta Carmen García de la Cueva y empezó estableciendo unos acertados paralelismos entre los dos autores: así, les definió como autores aún jóvenes (dentro del concepto de la mayor parte de los premios de poesía), que habían publicado su primer libro a una edad avanzada para la media en el mundo de la lírica y que retrataban precisamente el fin de la juventud perdida (la cita que abre el libro de Ana dice “¿a qué edad se acabó la juventud?”) y la paulatina aceptación de la derrota en forma de responsabilidades.
Por eso, Ana Llurba se había planteado como título inicial “Teorías de la catástrofe”, reservándolo finalmente para el segundo epígrafe del libro, aunque, en un sentido metafórico, también podríamos agruparlos a los dos bajo el nombre de “Cargas familiares”, que se le reveló a Fernando en el requisito que imponía una mujer a su posible en un anuncio de contactos.
En cualquier caso, nuestros dos siltolianos autores, de 31 y 35 años respectivametne pertenecían también, como señaló de la Cueva, a la generación más decepcionada de la historia, aquella que había emprendido un camino de sobretitulación hacia la precaridad laboral.
En resumen, acabó siendo una presentación más que notable de dos libros sobresalientes en un sitio perfecto y en el que solo se echó de menos más gente.
No por los autores, por supuesto, sino por el público que se lo estaba perdiendo.
Esperemos que se hagan con los libros de los tres autores y visiten la librería, aunque sea en otro momento menos oportuno.
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