lunes, 30 de noviembre de 2015

Enrique Villagrasa elige los "poetas españoles del momento"


El prestigioso crítico Enrique Villagrasa escribe un artículo en la revista Librújula en el que toma el pulso a la poesía actual:
Creo que asistimos a un nuevo tiempo para la poesía: el mundo de la poesía se rejuvenece como un género global, que deja de ser exclusivo y excluyente, para llegar a un público masivo y hasta romper clichés. La polivalencia y frescura de los jóvenes poetas, el respeto por los grandes autores y sus obras sin miedo a actualizarlos y la atracción por las nuevas tecnologías lo hacen posible. Y para muestra estos diez poetas, que pienso son lo más señero y singular de la poesía actual. Me alegra y estoy orgulloso de ser contemporáneo de ellas y ellos. En esta crisis, la poesía abre sus versos y grita el dolor del momento. La diversidad abre mercado en la poesía.

Después, elige los que, en su opinión, son los 10 poetas del momento. Entre ellos, Gsús Bonilla, Manuel (Gran) Vilas, Ana Pérez Cañamares o Víctor Peña Dacosta, servidor de ustedes, de quien opina lo siguiente:
Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985) es un poeta que posee una gran voz poética, que escribe con contundencia y de la actualidad más inmediata, creo que es un autor que se maneja en la misma frecuencia que sus colegas, que huyen siempre hacia delante o hacia donde pueden, porque lo importante es salir de aquí, esa es su meta. Su poesía se nutre de lo que lee, oye y ve, para mostrar el rostro sincero de la fascinante actualidad: retratando las cosas bellas y no tan hermosas, pero sí significativas de esta sociedad un tanto torpe y malograda. Poeta que mezcla la fantasía y el deseo, también la razón, de una manera natural. El enigma del ser humano siempre está entre sus versos. Creo que ha nacido un nuevo poeta, culto y popular, ávido de exprimir la vida.

Da gusto comenzar la semana en tan agradable compañía.

sábado, 14 de noviembre de 2015

La agonía de Francia (Manuel Chaves Nogales y yo)

(Mis familiares y allegados ya saben que debo mi actual destino vital y educativo a la figura de Manuel Chaves Nogales, insobornable periodista español durante los años treinta y cuarenta que acabó muriendo en el exilio y siendo enterrado, literal y metafóricamente, en el más absoluto olvido por la acción, por una vez conjunta, de fascistas y republicanos, que no le perdonaban que hubiera aireado en sus artículos y libros los salvajismos que cometieron ambos bandos durante la Guerra Civil. De todas formas, aunque ya lo conté en esta entrada, lo repito.)

Al presentarme a las oposiciones en Andalucía en 2014, en lugar de elaborar el lógico y concienzudo análisis para tomar una decisión que, a fin de cuentas, podría marcar mi vida, y dado que tenía muy pocas esperanzas de alcanzar un buen resultado, solo marqué tres centros, porque me obligó mi Amada y guiándome, para mantener mi estúpida rebeldía ácrata, por motivos exclusivamente literarios: es decir, que señalé, al buen tuntún, el IES Antonio Machado, el IES Miguel Hernández y el IES Chaves Nogales, que finalmente fue el que me tocó en suerte. No miré ni en qué zona estaban, ni qué tipos de centros eran, qué perfil de alumnos albergaban o qué fama (justificada o no) se habían ganado.

Asegura el refranero español que todos los tontos vemos compensado nuestro limitado intelecto con una suerte por encima de la media y, al menos en este caso y en lo que a mí respecta, puedo decir que fue así: setenta años después de su muerte de paria, Manuel Chaves Nogales ganó lo que para mí era una batalla, ofreciéndome plaza en un centro pionero en la enseñanza por proyectos, que cuidaba mucho tanto las nuevas tecnologías como a sus alumnos y al que debo lo que hasta el momento (toco madera) ha sido un hogar feliz, un destino placentero, unos compañeros más que simpáticos y varios amigos de los que no abundan y que quiero pensar que van a continuar incluso cuando me marche con mi tiza a otra parte.

Pero dejando de lado este enfoque tan hortera y personal, hoy quería recordar el consuelo que me ofreció ayer el malogrado periodista sevillano gracias a la relectura de La agonía de Francia, un libro fundamental que debería ser obligatorio en todos los institutos del país vecino (siempre que nosotros leyéramos A sangre y fuego: Héroes, bestias y mártires de la Guerra Civil española, por supuesto).

En él, Chaves Nogales, espoleado por la decepción, la vergüenza y la rabia, describe cómo Francia, que simbolizaba para tantos (entre ellos, sin duda, los exiliados españoles que acabaron abandonados en campos de concentración) la esperanza de la civilización y el progreso, acaba rindiéndose a los nazis con entusiasmo de sus élites y aquiescencia de la sociedad en general.
Sin embargo, a pesar de la urgencia con la que sin duda fue escrito (por un Chaves que acababa de llegar de España y enseguida tendrá que huir de nuevo a Inglaterra para no poder escapar ya más de la muerte y un olvido que parecía definitivo), como podrán comprobar, el libro mantiene su total vigencia. A continuación les cito algunos del choque entre la idealización de Francia que llevaba nuestro protagonista y su ineludible deber para con la verdad:

La fe en Francia era una fe ciega, universal. Creían en ella quienes la conocían a fondo y quienes la ignoraban; hasta sus enemigos; hasta los salvajes. (…) Era la fe natural del hombre en lo que es humano y en todo en lo que está al alcance de su comprensión. (…) Francia, heredera genuina de la civilización greco-latina, cuyo módulo era el hombre, había sido siempre fiel a sus humanidades clásicas, (…) y, así como en sus abadías se había salvado la cultura antigua a través de la barbarie de la Edad Media, se podía esperar ahora que ante esta barbarie nueva, ante esta nueva Edad Media, Francia cumpliese fácilmente la misión providencial que se había atribuido.  (...)
A Francia acudían ayer aún, llenos de esperanza, los hombres de toda Europa que seguían teniendo fe en el hombre y sus valores morales, los que creían en la libertad porque la necesitan para vivir como el oxígeno para sus pulmones, los que no se resignan a abdicar de su dignidad viril ante los monstruos del totalitarismo.(...)
Francia se ha suicidado, pero al suicidarse ha cometido además un crimen inexpiable con esas masas humanas que había acudido a ella porque en ella habían depositado su fe y su esperanza.(...) 
En Francia las gentes burguesas clamaban por la paz a cualquier precio sencillamente porque les molestaba andar a oscuras por las calles, porque se había reducido el servicio de autobuses, porque se les habían suprimido los aperitivos tres días a la semana, porque estaban prohibidos los chocolates de lujo (….) Que se hunda el mundo, si es preciso, pero que no se me moleste.
(...)
La masa popular francesa de los últimos tiempos estaba formada únicamente por la suma de todos estos egoísmos individuales llevados al paroxismo, al absurdo de que fuese más fácil y menos peligroso suprimirle al pueblo sus libertades seculares o su dignidad ciudadana que suprimir una línea de autobús.
Un Estado puede derrumbarse, un país puede ser invadido sin que se produzca en las masas una reacción profunda, pero en cambio no es posible que el servicio de limpieza deje de recoger las basuras durante cuarenta y ocho horas. Las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física.
(...)
Hasta ahora no se ha descubierto una fórmula de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia. Es decir, el liberalismo, la democracia.
En el mundo no hay más. Al menos, por ahora.
La agonía de Francia, 1941
Manuel Chaves Nogales.


Me sirve esto para rechazar las idealizaciones que no conducen más que a decepciones: nuestro compromiso debe ser con la verdad, por mucho que nos incomode. Por eso, espero que nunca olvidemos las muchas cobardías e infamias del pasado, que no nos consolemos con la fácil y falsa versión oficial edulcorada (La Résistance, en el caso de Chaves, la lucha "contra el terrorismo" en el nuestro) y que nos marquemos como objetivo básico recordar siempre ese último párrafo.
Al menos, por ahora.


(Yo, por mi parte, no olvido quién soy, dónde estoy ni gracias a quién y, por ello, este curso, cuando venga a visitarnos, podré agradecérselo en persona a Maribel Cintas, la que rescató a Manolo Chaves de un olvido en el que nunca debió caer y al que no debemos dejar que caiga de nunca de nuevo.
Al menos, en estos tiempos en que tanta falta hace.)

miércoles, 11 de noviembre de 2015

El momento exacto en que las cargas familiares comienzan a arder


El pasado sábado 7 de noviembre se presentaron dos libros de Ediciones de la Isla de Siltolá en la magnífica librería Casa Tomada de Sevilla, que últimamente se convertido en un fenómeno viral en internet y a los que he robado una idea para trabajar los microrrelatos en clase. Por tanto, no tenía más remedio que acudir y confesar en persona, confiando en que perdonaran mi atrevimiento, a ser posible tras unas cervezas.

Además, tenía muchas ganas de escuchar a los autores, Ana Llurba y Fernando P. Fernández, que, sin ser, en absoluto, conocidos, no eran tampoco absoluto desconocidos para mí:
Con Fernando había coincidido hace exactamente catorce años y medio en un intercambio a Francia y llevábamos sin vernos desde entonces, aunque Facebook había cumplido su enredada labor de red, convirtiéndonos en “amigos” virtuales recientemente.
Había seguido además las noticias de la publicación de su libro y leído algunas reseñas sobre el mismo, especialmente esta, tan elogiosa como el poemario merece, de Álvaro Valverde.

En cuanto a Ana Llurba, no la conocía pero sí conocía a su libro, ya que, como conté en esta entrada, había formado parte del jurado del I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas, que su Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr, en mi opinión, también con toda justicia.

La presentadora resultó ser la poeta Carmen García de la Cueva y empezó estableciendo unos acertados paralelismos entre los dos autores: así, les definió como autores aún jóvenes (dentro del concepto de la mayor parte de los premios de poesía), que habían publicado su primer libro a una edad avanzada para la media en el mundo de la lírica y que retrataban precisamente el fin de la juventud perdida (la cita que abre el libro de Ana dice “¿a qué edad se acabó la juventud?”) y la paulatina aceptación de la derrota en forma de responsabilidades. 
Por eso, Ana Llurba se había planteado como título inicial “Teorías de la catástrofe”, reservándolo finalmente para el segundo epígrafe del libro, aunque, en un sentido metafórico, también podríamos agruparlos a los dos bajo el nombre de “Cargas familiares”, que se le reveló a Fernando en el requisito que imponía una mujer a su posible en un anuncio de contactos.


En cualquier caso, nuestros dos siltolianos autores, de 31 y 35 años respectivametne pertenecían también, como señaló de la Cueva, a la generación más decepcionada de la historia, aquella que había emprendido un camino de sobretitulación hacia la precaridad laboral.

En resumen, acabó siendo una presentación más que notable de dos libros sobresalientes en un sitio perfecto y en el que solo se echó de menos más gente.
No por los autores, por supuesto, sino por el público que se lo estaba perdiendo.

Esperemos que se hagan con los libros de los tres autores y visiten la librería, aunque sea en otro momento menos oportuno.





miércoles, 4 de noviembre de 2015

Paradoja y previsión

Parece que España, que es un país feudal que no ha tenido feudalismo, y un país burgués que jamás ha hecho la revolución burguesa, se prepara a ser un país neocapitalista sin gran capitalismo. Vamos a la economía de consumo, pero de un consumo mínimo: nuestro porvenir consiste en convertirnos en el menos desarrollado de los países desarrollados. Es decir: adquiriremos nuevas miserias y nuevos defectos sin perder ninguno de los antiguos
(Jaime Gil de Biedma,1962)