En una mítica biografía de Philip K. Dick, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, escrita por Emmanuel Carrère, se recuerda que los grupos más vanguardistas de la contracultura de los años sesenta esperaban que el militarismo de Estados Unidos terminase en los próximos veinte años, cuando la mayoría de la población del país (incluido el futuro presidente) hubiera probado el LSD. Hoy suena a ingenuidad, pero tampoco hemos avanzado tanto. (...)
Algunos investigadores culturales antisistema, críticos con las industrias creativas, hablan del poder subversivo de las "narrativas transmedia", que en cristiano quiere decir la posibilidad de contestar a los relatos dominantes a través de tablets, smartphones y redes sociales. De acuerdo: Internet facilita hacer chistes contra los de arriba, pero no está claro que sea una herramienta crítica eficaz. El resultado, más bien, es que no nos conformamos en pasar una hora viendo el telediario, sino que complementamos con otras dos haciendo memes irónicos de Ángela Merkel, doblajes alternativos de las apariciones de Rajoy y perfiles fake en Twitter de Pilar Rahola. ¿Significa esto que vivimos una cultura más horizontal o que nos hemos convertido en redactores de El Intermedio sin remunerar?
Cuando apareció el movimiento ciudadano Podemos, con sus argumentos al alcance de todos los públicos, los hipsters de izquierda se volcaron en la red para hacer gracietas sobre que sus dirigentes compraban ropa en Alcampo, usaban medios tan viejunos como la radio y la televisión y tenían pinta de escuchar música tan cutre como Pedro Guerra, Metallica y Red Hot Chili Peppers. Pensé que su postura se parecía bastante a tunear el lema de la anarquista Emma Goldman para que dijera "si se apunta mi cuñado, no es mi revolución". Por suerte o por desgracia, cualquier posibilidad de cambio político relevante pasa por implicar a "las masas", esos seres poco cool que escuchan a Enrique Bunbury, van en traje a la oficina y obtienen la mayoría de su información política en medios como Onda Cero.
Cuando apareció el movimiento ciudadano Podemos, con sus argumentos al alcance de todos los públicos, los hipsters de izquierda se volcaron en la red para hacer gracietas sobre que sus dirigentes compraban ropa en Alcampo, usaban medios tan viejunos como la radio y la televisión y tenían pinta de escuchar música tan cutre como Pedro Guerra, Metallica y Red Hot Chili Peppers. Pensé que su postura se parecía bastante a tunear el lema de la anarquista Emma Goldman para que dijera "si se apunta mi cuñado, no es mi revolución". Por suerte o por desgracia, cualquier posibilidad de cambio político relevante pasa por implicar a "las masas", esos seres poco cool que escuchan a Enrique Bunbury, van en traje a la oficina y obtienen la mayoría de su información política en medios como Onda Cero.
Indies, hipsters y gafapastas: Crónica de una dominación cultural.
Víctor Lenore.
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