sábado, 31 de diciembre de 2011

jueves, 29 de diciembre de 2011

José María Cumbreño: otro fracaso del sistema educativo

El sistema educativo tiene múltiples fallas, sirva uno mismo como ejemplo: soy licenciado en  Filología Hispánica y profesor de Lengua Castellana y Literatura, por lo que se presupone que debería tener unas mínimas nociones literarias. Craso error ya que, entre otras muchas lagunas, no conocía a José María Cumbreño, excelente poeta de 1972, hasta que mi paisano y amigo Víctor Martín Iglesias (excelente poeta de 1985 al que, me temo, habrá muchos licenciados en Filología Hispánica y profesores que, por desgracia, tampoco conozcan) me dijo a principios de verano: “tienes que leer esto”.


“Esto” era Retórica para zurdos, editado por la Editora Regional de Extremadura en 2010, y resultó ser una colección de aforismos, máximas, pecios y, en general, sabiduría a raudales expresada de forma rotunda y lírica en poemas breves e intensos como (válgame la analogía) chupitos de absenta macerados en Ambrose Bierce. Por el respeto que le tengo (y no debiera tenerle) a Víctor Martín no le freí el libro a subrayados, sino que fui copiando pacientemente casi poema tras poema en un archivo de Word que desde entonces tengo en el Escritorio de mi portátil. Alguno pensará en Hunter S. Thompson y en su supuesta obsesión tecleando una vez tras otra a Hemingway y Scott Fitzgerald para ver si se le pegaba algo, pero yo lo escribí una sola vez, no estaba drogado y dudo que se me haya pegado algo. Ojalá. Luego lo he leído muchas veces más y la gran mayoría estaba absolutamente sobrio. El archivo ocupa 26 KB y contiene citas para vertebrar casi cuanto artículo, poema o relato me encantaría pero no seré capaz de escribir, dopado o no, en mi vida. Valgan algunos ejemplos:

La muerte es un ser literario que, por encima de todas las cosas, odia las historias mal contadas o resueltas con precipitación.
No cree en dios: cree en la retórica.
De ahí su predilección por la guadaña, cuya hoja curva mata dando un rodeo.
(LA GUADAÑA Y LA MUERTE)

Ninguna palabra o fórmula que se copia en ella sobrevive a la clase siguiente.
Se borran por igual el problema y la solución del problema.
Escribir todos los días en una pizarra es el mejor antídoto contra la vanidad.
(PIZARRA)

Dicen que a quien le han amputado un brazo o una pierna le sigue doliendo de vez en cuando el miembro perdido.
Lo mismo que les ocurre a los poetas inéditos con los libros que no han escrito.
(AMPUTAR)

Por estas y por otras genialidades que omito, en cuanto vi Genealogías (editado, en esta ocasión, por Luces de Gálibo en 2011), otro libro de José María Cumbreño, en La Puerta de Tannhäuser de Plasencia (una librería-café que, si no conoce algún profesor, licenciado, parado o simple aficionado a la vida de Extremadura, no tiene perdón de Philip K. Dick ni de ningún replicante) no dudé en comprármelo: pocas veces he invertido 12 euros tan bien en un bar, al menos de golpe… Además, como este no es de Víctor Martín y a mí, obviamente, me conozco bien y, por lo tanto, no me tengo ningún respeto, sí lo tengo repleto de subrayados. No sé, por tanto, cuantos KB ocuparía. Sí sé, en cambio, que también me podría abastecer de citas para toda la carrera que nunca desarrollaré. Me temo que, de nuevo, poco se me ha pegado.



 Ojalá, porque Genealogías es un libro fabuloso que tiene muchos méritos y un solo defecto: me ha servido para decidir que es un error intentar juntar en uno los dos poemarios que creo tener semi-empezados hace un tiempo: Trabajos de amor disperso y Los papeles del divorcio y que, bien al contrario, si Cumbreño ha conseguido hacer un magnífico poemario casi monotemático, yo puedo, obviamente no hacerlo, pero sí intentar conseguir dos poemarios casi monotemáticos que resulten legibles. Por supuesto, si algún lejano día llegara a editarlos y ustedes tuvieran la compasión y el tiempo libre de intentar leerlos, no culpen a José María Cumbreño de que la vergüenza ajena resulte duplicada, porque él solo es responsable de versos tan inmensos como estos:

Resulta indiferente escribir para contar una historia
o escribir sobre el hecho de contar una historia.
Porque, en el fondo, de lo que se termina hablando
no es de lo contado, sino de quien la cuenta.
(UT PICTURA POIESIS. V)

La sed parece una invención del agua.
El imán duda de sí mismo.
Por lo que a mí respecta, no sé
si escribir es una forma
de complicarme la vida
o simplemente confundo la soledad
con mi miedo a estar solo.
(EL IMÁN Y LA SED)

Creo que, a estas alturas, sobra añadir “tenéis que leer esto”.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Por favor, si lo encuentran, no se pongan en contacto conmigo.


(Theo Gosselin)


I had lost my mind.

I lost my head for a while was off my rocker outta line, outta whack.
See I had this tiny crack in my head 
That slowly split open and my brain snoozed out, 
Lyin' on the sidewalk and I didn't even know it.
I had lost my mind.

Why, i was sitting in the basement when I first realized it was gone.
Got I my car rushed right over to the lost and found.
I said "pardon me but I seem to have lost my mind."
She said "Well can you identify it please?"
I said "Why sure its a cute little bugger
About yea big a little warped from the rain" 
She said "Well then sir this must be your brain" 
I said "Thank you ma'am I'm always losing that dang thing."

I had lost my mind.



domingo, 11 de diciembre de 2011

Trolles


No sé cuándo la Real Academia Española tendrá a bien albergar en su seno el término troll, que ya está en boca de millones de personas y define de manera tan precisa un tipo de personaje. Aquí lanzo mi definición: es lo que venía a ser un hijoputa de toda la vida pero a nivel virtual. Imagino que lo incluirán en el diccionario cuando ya lo diga mi padre, que debe de estar a punto. En cuanto al mundo del trollerío, no entiendo muy bien que los periódicos hayan decidido convertirse en hábitat ideal de esta raza carroñera. Les echan a diario las noticias para que, más que leerlas, las conviertan en jirones. Y da pena. Y miedo.

Artículo completo en: 
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Carta/director/elpepusocdgm/20111211elpdmgpan_2/Tes

domingo, 4 de diciembre de 2011

"Queremos paro, despilfarro y corrupción": la noche en que creímos en ZP y el boomerang de la ironía.

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El 14 de Marzo de 2004 me sentía nervioso y ajeno, como un espectador. Se celebraban las primeras elecciones generales en las que tenía derecho a voto, pero en realidad ya había votado: me encontraba entonces en mi primer año de universidad y el pragmatismo de evitar tener que volver a casa en fin de semana (que era volver a la rutina y la rigidez de horarios en contraste con el inocente libertinaje y el caos de la vida estudiantil) se impuso al romanticismo de depositar mi primer voto en una urna. Así que me desvirgué democráticamente por correo. Por esta opción postal optaron también la gran mayoría de los alumnos, vírgenes o no, de la residencia universitaria donde residía. Es decir, que para nosotros esas elecciones habían estado condicionadas por la guerra de Irak, el Prestige y el aparente antagonismo entre las figuras de Aznar y Zapatero, pero no por ETA, Al Quaeda, la SER, Rubalcaba ni Acebes. Rajoy, ya saben, entonces no tenía excesiva capacidad de procurarse adeptos ni contrarios y, pese a ser candidato, parecía que la cosa no fuera mucho con él. En fin, más o menos como ahora.

Se ha especulado muchísimo sobre qué resultado habrían tenido esas elecciones de no haberse producido el nauseabundo y trágico atentado terrorista en Madrid tres días antes, y yo no quiero entrar en ese debate. Sí diré que desde el momento en que me despertaron para darme la noticia (que, en ese momento, las once de la mañana del 11 de Marzo fue, concretamente, “ETA se ha cargado a 70 personas en Madrid”) y especialmente cuando el goteo de muertos se fue haciendo más y más doloroso, yo y casi todos los alumnos de mi residencia, vírgenes democráticos o no, dimos por hecho que se iban a aplazar las elecciones. También diré que, aunque es cierto que el PSOE, con una campaña basada en la ilusión, conseguía reducir distancias día a día, casi ninguno dudábamos de que Aznar iba a volver a ganar y a poner a ese hombre de barbas, ajeno y distante, como presidente títere. Al menos, las encuestas a pie de comedor no daban pie a vacilaciones pues, aunque la gran mayoría optara por resguardarse tras las diferentes variantes del “No sabe/no contesta”, los polos, flequillos y las banderitas de España en hebillas y zapatos nos hacían sentir a mí y a unos pocos más (que, al contrario, habíamos exhibido globos y pegatinas con rosas y zetapés más por incordiar que otra cosa) abocados al grupo mixto.
Llegó pues el momento de vivir la jornada electoral que, a falta de mejores referentes, nuestro pequeño retablo a escala de las dos Españas encaró como una jornada de fútbol: formando paulatinamente grupos afines, atentos a las conexiones en los diferentes campos y cruzando los dedos por un resultado favorable, aunque fuera injusto. Había también, por supuesto, alguna salvedad con respecto a la estampa de cada domingo: la mayoría de juicios se trataban de suavizar o disfrazar de objetivos, se buscaba la interacción con el contrario atacando a aquellos a quienes sabíamos que no osaría defender (por ejemplo todos, y digo todos, dábamos por hecho que la de esa noche debía ser la última comparecencia pública de Acebes). También, al menos en principio, parecía muy feo intentar escudarse en la responsabilidad del árbitro en el resultado. Por lo demás, excepto por el envaramiento, la hipocresía o, quiero pensar, la excelente educación de la que hacíamos gala, parecía el típico Atlético-Real Madrid: nosotros aceptábamos que íbamos a perder injustamente y ellos aceptaban el papel de malos de la película sabiendo que nos iban a dar bien para el pelo.

 Sin embargo, según fueron pasando los minutos nuestro papel de directivos de palco se fue aproximando más al de ultras incontrolados: hubo (sí, lo admito, no sin vergüenza) mofas, befas, cánticos (el inefable “¿Dónde están? No se ven/ los niñatos del pepé”), quizá como preliminares para la pérdida definitiva de las formas por parte de un joven que luego sería, y creo que sigue siendo, presidente de las Nuevas Generaciones de un pueblo de Castilla y León. Pero en fin, lo que pasa en el campo ha de quedarse en el campo. A lo que iba, y no quiero desviarme más del objetivo de este artículo es a entonar la parte que me corresponde del mea culpa. Porque yo, lo admito, me puse tan contento la noche que Zapatero ganó las elecciones que salí a celebrarlo. Y, mientras bajo el balcón de la sede del PSOE muchos compañeros de generación le rogaban a voces “No nos falles”, en la Plaza Mayor de Salamanca, muchos otros saltamos, botamos, bebimos y, riéndonos de lo que entonces nos pareció el cuento asustaviejas de un conocido dirigente popular (“si ganan los socialistas tendremos paro, despilfarro y corrupción”), cantamos desafiantes: “Queremos paro, despilfarro y corrupción”. En nombre de cuantos allí nos congregamos, pido perdón: como de todos es sabido, hay que tener cuidado con lo que se desea. No vaya a hacerse realidad.

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Han pasado siete años y medio desde entonces: acabé la carrera universitaria y volví a casa de mis padres. Se impusieron por tanto la rutina y la rigidez de horarios propios de la casa familiar. Con un agravante: me vi abocado al el paro y, dado el desalentador panorama laboral, me sentí obligado a optar por prepararme unas oposiciones. O, lo que es lo mismo, a renunciar definitivamente al inocente libertinaje y el caos de la etapa estudiantil. 
Con el tiempo he perdido el contacto con la gran mayoría de los compañeros de la residencia universitaria, pero sospecho que muchos de ellos forman parte de los cuatro millones de desempleados que ahora mismo tiene España. Por su parte, Ángel Acebes tardó cuatro años en meter la cabeza dentro de un hoyo profundo, pero al menos parece haberse decidido a no volver a sacarla. Nos fuimos de Irak, nadie se acuerda del Prestige y, en cambio, mucha gente quiso ensuciar la memoria de las víctimas del 11-M. Hubo otras elecciones e imagino que muchos vírgenes democráticos volvieron a votar a Zapatero, pero dudo que fueran a celebrarlo emborrachándose a ninguna plaza. Desde luego nadie fue a cantarle “No nos falles” porque hubiera sonado demasiado sarcástico. Ya era tarde. En cambio, el paro, el despilfarro y la corrupción han dejado de ser un cuento asustaviejas y de cantarlo ahora habría que hacerlo a lágrima viva. Mariano Rajoy sigue siendo el candidato del PP y todo indica que ganará las próximas elecciones. De todas maneras sigue pareciendo que la cosa no va mucho con él y su victoria no supondrá una ilusión ni siquiera  para aquel líder de Nuevas Generaciones. 
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Me pregunto qué habrá sido de él. Como también me pregunto qué habrá sido de los funcionarios del ayuntamiento que después de la una de la madrugada se pusieron a retirar el lazo negro del Ayuntamiento, como si el luto hubiera dejado de tener sentido una vez que habían ganado los socialistas. Pero, sobre todo, me pregunto si alguien de verdad va a pedir el voto por correo, o va a tener la ilusión de ir a depositarlo a una urna, para elegir entre un candidato que ha formado parte de un Gobierno que nos ha quitado las ganas de cantar y otro que nunca ha dado ganas de nada a nadie y que no parece que ahora vaya a empezar a darlas. Y que si, ahora que la realidad es nefasta y no nos quedan ilusiones, no sería el momento de volver a las plazas. Todos. Y ya no para reclamar “paro, despilfarro o corrupción”, que de eso ya nos hemos hartado en los últimos ocho años, ni ninguna otra ironía sino algo muy en serio: sino simplemente lo que es nuestro. Democracia real ya.

Víctor Peña Dacosta.
Diciembre de 2011

viernes, 2 de diciembre de 2011

Presentación Palabras Menores (2-12-2011)


Buenas noches. El otro día, en la presentación del libro de Álex Chico, se congratulaba Álvaro Valverde de que este espacio haya sido recuperado para todos los ciudadanos de Plasencia, por (cito) “lo que tiene de emblemático para nuestra cultura y por la justa dimensión que supieron darle quienes lo concibieron para reunir a la inmensa minoría que suele asistir a este tipo de actos”. Poco más que añadir a este respecto: aprovecho, simplemente, para darles la bienvenida, fieles del Verdugo, inmensa minoría, a la presentación de Palabras Menores, editado por de la luna libros y para asegurarles que, una vez pasado el trámite de la presentación, no se van a arrepentir.

Una persona de mi generación, por deformación profesional, por simple deformación o, sencillamente, por poco profesional, en cuanto recibe un encargo, lo primero que hace es ponerse a buscar en Internet qué han dicho del tema otros autores para arar sobre surcos ya trazados. Al fin y al cabo es bastante lógico pues,  como todos sabemos, repetir errores es la base de nuestra civilización.
Así pues, en cuanto Juan Ramón Santos, en una muestra más de su inmensa ingenuidad, me dijo que le gustaría que le hiciera la presentación para su nueva obra, yo busqué qué habían dicho otros autores acerca de él para no meter demasiado la pata. Esto, que puede parecer fácil, no lo es tanto o, al menos, no lo es si eres tonto; desde luego, no lo fue para mí: no quería ser demasiado evidente citando a Gonzalo o Álvaro, no podía tampoco ceñirme a críticas literarias u otras presentaciones porque eso sería tirar piedras sobre mi propio tejado, de por sí maltrecho.

De forma que la tarea se complicaba… Pero creí haber alcanzado el eureka, esa interjección que inventaron los griegos, cuando encontré que un tal Simón Escudero había explicado en el nº 53 de la Gaceta Literaria Extremeña  que Juan Ramón Santos bautizó su primera obra Cortometrajes por causas etimológicas, por la relación que el autor ha mantenido siempre con el cine y, sobre todo, por la vocación de tanteo, ya que, y cito textualmente, “igual que los futuros directores de cine ensayan para abordar algún día un largometraje, el autor ensaya en este caso temas y técnicas narrativas que le puedan servir para tareas de mayor envergadura”.
Ahí lo tenía. Primero, podía basarme en un autor totalmente desconocido y, a partir de ahí, trazar un paralelismo sencillo pero, quizá, resultón. Les cuento a ver qué les parece:
Por ejemplo, que Cortometrajes, como su mismo nombre indica, era el prometedor ensayo en distancias cortas con el que se iniciaba la carrera de Juanra. Al correspondiente corto no podía faltar el correspondiente premio ni que, poco a poco, fuera creciendo su consideración como obra de culto.
El círculo de Viena, siguiendo esta analogía, sería su interesante ópera prima, una obra ligeramente mayor formada por partes proporcionalmente mayores. Prosiguiendo esta línea ascendente, Cuaderno escolar vendría a ser la película de consagración y, aquí estarán todos de acuerdo conmigo, Biblia apócrifa de Aracia sería, innegablemente,  la magna y vasta superproducción.


Ahora, como algunos saben y otros sospechan, estamos aquí para presentar un nuevo libro de cuentos, así que parece que la analogía se me va al traste… Pero, en cambio, les recuerdo que los últimos grandes triunfos unánimes de crítica y público, tanto de guión, como actorales, de prestigio o, incluso de dirección, los encontramos en la televisión (The Wire, Los Soprano, Mad Men, Breaking Bad…).
Así pues, el libro que yo estoy intentando presentar y ante cuya presentación ustedes intentan no perderse, sería la culminación de una obra estructurada de forma fragmentada pero unida, en la que cada engranaje complementa al anterior y, sobre todo, fruto de mucho trabajo, con una calidad innegable que se puede paladear tanto en pequeñas dosis como del tirón.
Así que ahí lo tienen: hemos empezado por una caótica y apresurada búsqueda (lo que antes se llamaba dar palos de ciego y ahora se llama “navegar”), hemos intentando reconducirla con una cita que introdujera un paralelismo y ahora parecemos cerrar el bucle con un fruto del azar que viene a confirmarnos que la vida es compleja y las presentaciones de libros suelen ser un rollo.

El problema llega si les desvelo que el tal Simón Escudero, sobre cuya cita se sostenía el anterior castillo de naipes, no es sino un heterónimo de Juan Ramón Santos que viene a demostrar que la obra de Juan Ramón Santos es mucho más profunda, metaliteraria e irónica que cualquier serie de la HBO, que Pessoa tiene que salir por alguna parte y que lo anterior puede confirmarnos, quizá, que la vida es compleja y, seguramente, que las presentaciones de libros suelen ser un rollo, pero estamos lejos de cerrar el bucle.


Así que volvemos a empezar.
Y digo "volvemos a empezar" porque es hora ya de que nos centremos en el libro que nos ha reunido aquí: Palabras menores. Pero también digo que volvemos a empezar porque el subtítulo explicativo de este libro es, de nuevo, Cortometrajes y la esencia del mismo es, desde una aparente humildad, buscar el instante que supera el momento, alcanzar la relevancia sin osar pretender la trascendencia y, sobre todo, conseguir la grandeza desde piezas breves, mínimas, condensadas, casi pecios a los que, perdón por el chiste fácil, resulta difícil poner precio.
Por lo tanto, démonos todos la enhorabuena porque Juanra haya querido seguir deleitándonos, fuera de la marquesina de los Óscar y la alfombra roja de los estrenos aparatosos, con unos cortometrajes que tienen más cine que varias filmografías ampulosas e infinitamente  más literatura no ya que la exigua biblioteca del coleccionista puntilloso de uno de los relatos, sino que varios de los pasillos de la biblioteca que nunca dejó de recorrer el protagonista apocado de otro de los cuentos. Admitamos la evidencia que da la paciente pareja a otro personaje de que, cariño, en las cámaras no importa el tamaño del objetivo ni, por supuesto, cariño, en los microrrelatos el número de palabras es lo único que cuenta. Y, en conclusión, felicitémonos porque haya mantenido este carácter lúdico y admitamos la evidencia de que, gracias a Pessoa o tal vez a Álvaro de Campos, o quizá a Ricardo Reis, o posiblemente a Alberto Caeiro, pero también a Sandokán, a El prisionero de Aracia, a Mafalda (autora de la foto del autor), o a un Gonzalo Hidalgo siglado y entre paréntesis, pero siempre presente, Juanra, definitivamente, siga hecho un chaval.

En fin, no hay cosa peor que una serie que se empeñe en alargarse estirando el bucle, si acaso, una presentación de libro que incurra en el mismo error. Y dije que no iba a citar a Gonzalo Hidalgo, pero aprovechando su ausencia y pese a aquello de la odiosibilidad de las comparaciones, he de recordar sus palabras en la presentación de la Biblia apócrifa de Aracia. Entonces, dijo el hoy siglado y entreparentésico GHB:
esta ‘Biblia’ es una y diversa. Es una en su totalidad y es diversa en sus unidades, a saber: en el procedimiento narrativo, en la dimensión temporal, en los caminos de la trama, en la riqueza y variedad estilística, en la multiplicación de narradores y, en fin, en el cumplimiento de las profecías (…) desde la clarividencia inicial del narrador omnisciente (…) hasta el confuso rapto del narrador inconsciente final, 


Y el rescate de estas líneas se debe, paradójicamente, a un secuestro. En este caso, el que sucede en el relato número 35, que tienen en la página número 62, que se llama Cuestionario y que, en realidad, encierra bastantes respuestas sobre Palabras Menores. Me van a permitir que lo lea:

Cuando le preguntaron qué libro se llevaría a un isla desierta pensó que a los periodistas se les había agotado del todo la imaginación, y si, a pesar de ser un ateo redomado, respondió con sonrisa sarcástica, «La Biblia, que es muy gorda», fue nada más que por salir del paso, pero cuando, después de amordazarlo, maniatarlo, meterlo a empujones en la furgoneta, subirlo pateando al helicóptero y arrojarlo libre sobre la blanca arena de la playa, vio caer a su lado, como un fardo, el volumen grueso, negro, de sutiles páginas amarillentas, se dio cuenta de que había expresado, sin saberlo, su última voluntad y clamó al cielo, por el que se alejaban para siempre sus captores, irreversiblemente arrepentido de la mala costumbre de hablar por hablar.


Este personaje reaparece en el relato número 48, que empieza en la página 83. En él, el protagonista, pese a su aspecto urbanitas, intelectual, ha conseguido, contra todo pronóstico, aclimatarse a la isla, centrándose en las labores domésticas, mientras la Biblia y, por tanto, su única posibilidad lectora, permanecía olvidada. Sin embargo, más adelante, contento por poder recuperar el hábito lector una vez se ha procurado la supervivencia, comienza a enfrentarse al libro. Lo hace primero, cierto es, desde la desconfianza pero pronto se reconcilia con la Biblia como monumento literario. Sin embargo, llega un momento en que ve que necesita ir más allá y así, decide probar a leer el libro en clave borgiana, armándose de paciencia y… (mejor cito)


así, al cabo de tres años, cuando a punto estaba de claudicar, descubrió entre las letras del libro de Judit un cuento de Perrault. (…) Había llegado al convencimiento de que el asunto requería tanta vista como olfato y empleando ambos sentidos, husmeando con renovada energía, logró descifrar varios cuentos más, que leyó con deleite, pero luego decidió dar un paso más adelante y (…) logró rescatar de entre las páginas de Esdras (…) «La biblioteca de Babel». El descubrimiento del relato de Borges marcó un punto de inflexión en su aventura, le animó y en pocos meses era capaz de leer casi de corrido (…). Leyó muchísimo, y cuando acabó con Borges dio el salto a la novela. Se atrevió primero con La metamorfosis, por lo breve, pero enseguida cogió soltura y con el paso de los meses fueron surgiendo del libro, entre otros, Moby Dick, El Quijote o Guerra y paz

En definitiva, lo que viene a descubrir el aislado protagonista es que, en esencia, ahí tiene todo lo que le hace falta para leer y releer o, en palabras de GHB, ya al cuadrado, que

como el libro sagrado (donde los figurantes neotestamentarios conocen la historia y las profecías veterotestamentarias), o como ‘El Quijote’ (cuyos personajes de la segunda parte han leído la primera) o como ‘Cien años de soledad’ (en donde los pergaminos de Melquíades son a un tiempo profecía y relato),


pues también la Biblia de este cuento, como asimismo la Biblia Apócrifa de Aracia o como ahora, y esto es lo que nos importa, Palabras menores se contiene a sí misma. Y, además de, por desgracia para mí, la mejor y más condensada presentación posible en su contraportada, contiene también dichas en voz baja, como debe decirse todo lo importante, auténticos hallazgos narrativos, humor, precisión, sabiduría, Perrault, Borges, Pessoa y Ferlosio. Pero también lirismo, onanismo ecologista, personajes guadianescos que aparecen y desaparecen, como símbolo o como oxímoron y, en definitiva, un vasto camino de senderos que se bifurcan y se cruzan y se solapan, creando territorios en sí mismos y permitiéndonos leer todo lo legible, incluso aquellas novelas que aún no se han escrito.


Son un total de 50 senderos eternos, de todos los estilos y maneras, y uno, al abrir el libro no puede evitar sentir el recelo de que igual en esta serie encontrará capítulos (o versículos en esta biblia) de relleno. Sospecha que, consecuentemente, se va acrecentando a medida que vas leyendo el primero de los relatos, y te encanta, el segundo, y te sorprende, el tercero que te maravilla, y así sucesivamente… De forma que, por ejemplo, el libro casi puede ser leído como un thriller angustioso en el que no sabes en qué momento te sorprenderá el bajón de calidad o como una novela de misterio en la que tienes que encontrar el fallo. Lamento desvelarles el final tan pronto, si es que deciden leerlo con esa intención, pero mejor que no lo anden buscando: no hay fallo.

En fin. Me han faltado los arrestos para hacerlo al principio pero, ahora, citando de nuevo al autor de este magnífico libro, que en realidad se presenta solo y se puede disfrutar, o husmear en busca de guiños, referencias y homenajes, solo o en compañía pero que debe leerse en horizontal y en vertical, hacia adelante y hacia atrás y, como diría Bolaño, a ser posible de rodillas, me despido como el personaje del relato Mesa redonda, de la página 77:
“Esto es todo lo que tenía que decir”.

Ris. Ras.