domingo, 15 de octubre de 2023

5 poemas de ‘Meadowlands’, de Louise Glück

 


Ítaca


El amado no
necesita estar vivo. El amado
vive en la cabeza. El telar
es para los pretendientes, encordado
como un arpa con el hilo blanco de un sudario.

Él era dos personas.
Era el cuerpo y la voz, el magnetismo
natural de un hombre vivo, y después
el sueño o la imagen que despliega
y moldea la mujer que trabaja el telar,
sentada allí, en un salón lleno
de hombres sin imaginación.

Igual que te compadeces
del engañado mar que intentó
llevárselo para siempre
y solamente se llevó al primero,
al verdadero marido, debes
compadecerte de estos hombres: no saben
qué es lo que están mirando;
no saben que cuando uno ama de esta forma
un sudario es un traje de novia.

***

Parábola de la bestia 


El gato ronda por la cocina
con un pájaro muerto,
su nueva posesión.

Alguien debería hablarle
de ética al gato mientras este
husmea el lacio pajarillo:

en esta casa
no ejercemos
la voluntad de este modo.

Cuéntale eso al animal,
con sus dientes ya
clavados en la carne de otro animal.

***

Parábola del vuelo

Una bandada de pájaros abandona la ladera de la montaña.
Negros en la tarde primaveral, dorados a principios de verano,
se elevan sobre la lisa superficie de la laguna.

¿Por qué el joven se inquieta de repente,
por qué decae la atención en su pareja?
Su corazón ya no está del todo dividido; intenta pensar
en cómo decir esto con cierta compasión.

Ahora oímos las voces de los demás al cruzar la biblioteca
hacia la veranda, la galería de verano; los vemos
sentarse como siempre en las diversas hamacas y sillas,
las blancas sillas de madera de la vieja casa, mientras recolocan
los cojines de rayas.

¿Importa acaso a dónde van los pájaros? ¿Importa acaso
de qué especie son?
Se marchan de aquí, de eso se trata,
primero sus cuerpos, luego sus tristes gritos.
Y, desde ese momento, dejan de existir para nosotros.

Debes empezar a pensar en nuestra pasión de esa manera.
Cada beso fue real, después
cada beso abandonó la faz de la tierra.

***

Bañador morado


Me gusta verte trabajar en el jardín
mientras me das la espalda con tu bañador morado:
tu espalda es mi parte favorita de tu cuerpo,
la parte que está más alejada de tu boca.

Harías bien en pensar un poco en esa boca.
También en tu forma de quitar las malas hierbas,
rompiendo los tallos a nivel del suelo
cuando deberías arrancarlas de raíz.

¿Cuántas veces tengo que explicarte
cómo se esparce la hierba, a pesar
de tu montoncito, en una masa oscura que
al alisar la superficie has acabado
por ocultar del todo? Cuando te veo

con la mirada perdida en las ordenadas
hileras de la huerta, aplicándote
aparentemente a fondo cuando en realidad
haces el peor trabajo posible, pienso

que eres una irritante cosita morada
y que me gustaría que te esfumaras de la faz de la tierra
porque eres todo lo equivocado de mi vida
y te necesito y te merezco.

***

El deseo


¿Recuerdas aquella vez que pediste un deseo?

Pido un montón de deseos.

La vez que te mentí
sobre la mariposa. Siempre me he preguntado
qué deseo pediste.

¿Qué deseo piensas que pedí?

No lo sé. Que yo regresara, que
de alguna manera al final acabáramos juntos.

Pedí lo que pido siempre.
Pedí otro poema.

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