En los últimos tiempos, sin embargo, ha ocurrido que la valoración del ejercicio artístico se ha socializado del lado de la afición y el placer como aquello practicado en tiempos ociosos y considerado difusamente como actividad laboral. De forma que el contexto no pierde la oportunidad de recordar a quienes crean que eso no es un trabajo en sentido estricto y que por ello cualquiera puede aprovechar para pedir gratis a un amigo o a un familiar que crea: un retrato para su hijo, una ilustración para su trabajo, un poema para su pareja, presuponiendo que el gusto por hacer ya compensa el trabajo, reforzando la idea de que el pago a lo creativo va implícito en su mero ejercicio. (...)
Con excesiva frecuencia nos viene a la mente esta dicotomía presente en la relación entre creación y precariedad. Me refiero a la que presenta enfrentados el dinero y el saber, el interés comercial y el interés cultural, la creación mundana y la espiritual. Y me parece que cuando se nos muestran como opuestos hay algo de fingimiento interesado, porque nunca una creación se hace aislada del mundo material. Toda creación siempre es atravesada por las cosas cotidianas de la vida: el trabajo, el dinero, los espacios que habitamos, nuestros cuerpos y deseos, esa maldita preocupación. Pero también la democratización creadora se sostiene hoy en un escenario que ha encontrado en las últimas décadas el hábitat idóneo para su generalización en un mundo en red, con fácil disponibilidad de acceso al conocimiento y a multitud de herramientas que favorecen y permiten compartir lo producido. En poco tiempo ha pasado que en Internet todos nos hemos convertido en creadores potenciales, en productores creativos de mundo. La emoción primera de idear y compartir textos, imágenes, proyectos, publicar libros, hacer películas y obra aún nos hace rememorar esa intensidad personal que descubrimos en la infancia frente al ejercicio creador trenzado al atardecer entre ceras como fósforos y tardes de desván. Una emoción que pasa por alto el espejismo efectista que promueve el software y las infinitas aplicaciones (como apéndices de nuestros dedos) que dicen ayudarnos a crear hoy a golpe de clic; pero también las infinitas posibilidades de archivo y combinación de mundo derivadas de la apropiación y mezcla en la red, favorecidas por la tecnología y un mundo excedentario, donde todo lo digitalizable (cada vez más «todo») circula. (...)
No tardamos en advertir que el sistema cultural se vale hoy de una multitud de personas creativas desarticuladas políticamente. Multitud alimentada de becarios sin sueldo, contratados por horas e interinos, solitarios escritores de gran vocación, autónomos errantes, doctorandas embarazadas, colaboradores y críticos culturales, polivalentes artistascomisarios y jóvenes permanentemente conectados que casi siempre «compiten». Pronto descubrimos que la posibilidad de un pago afectivo o de un pago inmaterial que al menos les haga visibles es un pago insuficiente pero «va reconfortando»; que algunas personas lo logran porque acumulan grandes, ingentes números online, pero difícilmente la mayoría que orbita en torno a números bajos pagará facturas y comida sumando seguidores en Internet en el «libre» ejercicio creativo y sin ceder a la presión tramposa de las audiencias. (...)
Creo que estos procesos de toma de conciencia y frustración (este singular dolor que oscila entre sentir perder y recuperar la pasión por crear) describen a una generación de personas conectadas que navegan en este inicio de siglo entre la precariedad laboral y una pasión que les punza (por sentirla, por haberla sentido, por estar perdiéndola). No olvido que quienes crean tienen cuerpo. Un cuerpo que habita lugares con identidad y que transita espacios.
El entusiasmo.
Remedios Zafra.
Premio Anagrama de Ensayo 2017
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