jueves, 28 de septiembre de 2017

EL DÍA DEL WATUSI: Danzad, malditos, danzad

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Llego a la cima del monte Tibidabo y veo a unos cincuenta huérfanos en su uniforme verde aceituna alineados frente al mirador que se abre a la ciudad. Los niños tiritan de frío y ansia bajo los arcos de la oficina del parque de atracciones. Los parques de atracciones... Algún original dice que esos lugares son un negativo burlesco del infierno, brillo de emoción en aristas de azogue; el Leteo discurre por túneles donde chillan las parejas y el tobogán de la montaña rusa es un precipicio de hierro que lanza condenados a las llamas. Todo es posible. Aunque si esos retóricos de la ingeniería alegórica llegasen a leer estas páginas, se turbarían cuando me vieran subido en una de las atracciones al final de la jornada, que merecen un prólogo la circunstancia y el modo en que me ha sido encargado el Informe. Este Informe. Unos papeles que, si nadie lo impide, serán un relato sobre raras variaciones de las que he sido testigo a lo largo de mi vida. Y esas variaciones no han sido rígidas, ideales; no hay Cielo, ni Infierno, ni sus ilusiones: uno encuentra laberintos sin plan, construcciones espirales sin centro y monstruos, muchos monstruos, nunca iguales, nunca diferentes, rendidos al misterio de una vida secreta que un aprendiz de mago ha vuelto ópera bufa.
Una vez fui la inspiración de un personaje muy secundario en la novela escrita por un imbécil. (...)
En ese momento recuerdo una expresión no sé si feliz, “A los raros nos pasan cosas raras”, y me convenzo otra vez de que mi vida es una cadena de exageraciones; o quizá sean extremos esos puntos de giro, el accidente que provoca el cambio de costumbres y de edad, y el resto sea sólo lamerse las heridas y maravillarse como un tonto de los sucesos al fin banales que las causaron. (…)
Acabo el whisky y, mientras Trueta se aproxima, concluyo que así, bebiendo, es como he alejado los temores de mi vida, y mi vida del resto de otras vidas, una reflexión fuente de nuevos miedos, difíciles y purulentos. (…) Los carismáticos quiebran. ¿Y sabes por qué? Según mi criterio, por falta de auténtica conciencia, de responsabilidad. Han dejado en mal lugar sus ideales, fueran éstos los que fueren al margen de la ambición meridiana, para acabar pensando, pobrecitos, que los demás somos tontos y que el cinismo lo han inventado ellos. Otro resultado de esas trayectorias extrañas… el hijo del chupatintas convertido en ministro, el sobrino del banquero, marxista de ida y vuelta, que solicita la readmisión en sociedad y aporta una gramática aprendida, un nuevo blindaje ante los tiempos, por decir algo… Pero se trae del brazo al hijo del chupatintas.  (…)
Hoy he visto cómo alguien que no era quien decía ser entregaba a huérfanos que no eran huérfanos regalos quizá vacíos. Entonces, alguien que tampoco era quien decía ser me ha dicho que representaba a no se sabe quién. Ese hombre me ha encargado un trabajo sobre un personaje que no existe para que un llamado Lector calibre lo que un tonto como yo averigua acerca de hechos importantes sobre los que nadie, nunca, debe saber nada. La tarea consiste en demostrar que este mundo puede ser doloroso, hasta infernal, pero no es serio. (…)
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El 15 de agosto de 1971 es el día más importante de mi vida. El día del Watusi. El arco que se tiende sobre la madrugada en que Pepito y yo, resguardados de la lluvia por un plástico azul, pescamos sobre un dique derrumbado, y acaba sin gloria el amanecer también lluvioso del día siguiente. Los sucesos nos han devuelto al mismo lugar. Allá abajo, sólo un vaivén entre dos aguas, se mece un cuerpo con cadencia eterna. (...)
Y los sacerdotes nos dijeron que el hombre, la humanidad, volvía a señalar el cielo, porque alguien subía y bajaba de allí, del cielo. Eso sólo podía significar el paso a una excusa como quien se esfuerza por hacer un retoque en el mobiliario o una ligera mudanza en su rutina para no caer en la desesperación que sigue al aburrimiento. Ese engaño ocurría en todo el mundo, pero en nuestro país las circunstancias hicieron que se pugnara por más juventud. Una época de rígida decadencia parecía acabar y eso sólo significaba el paso, a veces doloroso, siempre un sacrificio en el altar del progreso, a una edad de pujanza. (…)
Durante el inicio de la época que nos llevó del miedo esperanzado al tedio se fomentó el olvido como un valor. Nadie se avergonzaba de su amnesia, pero a diferencia de aquellos que sí tenían algo que olvidar, hubo otros que por edad, o porque en ellos el olvido ya era un rasgo hereditario como unas manos anchas de dedos cortos, se les impuso el valor espiritual del olvido y olvidaron Nada. Olvidar Nada se convirtió en una nueva categoría, un ímpetu del cuerpo y del alma que los empujó a inmolarse en la novedad, la muerte como novedad última, como última sospecha. Eso fue la frivolidad extrema. Se murió por una canción, una noche de juerga o un ritmo interno al que nadie podía encontrar palabras. Se murió de risa y de gusto. (…) Se fue frívolo en el comercio, en la propaganda, en la política, y por caminos abyectos la inconsciencia se resolvió una vez más en la estupidez. (…)
En El asno de oro, Lucio, su protagonista, se una de una sustancia mágia que habrá de convertirle en pájaro, pero le vuelve burro. Es la historia de mi vida. (…)
Los empleados de la gasolinera, algunos peatones, empezaron a reír, a llamarse uno a otro entre guiños; pero la franqueza de aquella risa se volvió enseguida nerviosismo, un reflejo de la histeria que transmitía la situación. Yo no estaba nervioso. Yo era feliz. No porque todas aquellas chicas, treinta, cuarenta, se estuviesen rompiendo la cara, no llegué a pensar en eso, sino en el espectáculo que provocaban. Si era una epifanía excéntrica y no concéntrica como suelen ser estas situaciones de idilio y exaltación, que nadie me eche la culpa. Todas las circunstancias de mi vida habían coincidido para que fuera feliz en aquel remolino de coches parados y peleas en el túnel del tiempo, y a pesar de que el sentido común me dictase otra norma de comportamiento, buscar esos agujeros en una galaxia de rutina ha sido una de las justificaciones de mi conducta a lo largo de los años. (…) El crepitar de telas baratas parecía el de antorchas dispersas a lo largo de la perspectiva casi infinita de la avenida. Un incendio con sus rojos y amarillos, pero también con otros colores que daban la idea de un escape de gases inflamables. Un desastre auténtico entre rugidos preorgásmicos de lucha. Era maravilloso estar vivo. (…)
-El watusi es un baile. Una manera de bailar, digo. Un baile de América que si lo bailas mal pareces un pringado. Y el Watusi de pringado  no tiene nada. Y a bailar, macho, a bailar no le ha ganado nunca nadie. El Watusi ya camina como si bailase. Y, cuando respira, o cuando fuma, te lo juro, respira y fuma como si siguiera un ritmo, como si estuviese escuchando una canción de puta madre en algún sitio. (…) A mí me ha eplicado que el ritmo viene de cómo eres. Así eres tú, así es el ritmo. Algo que viene antes que el compás. Porque hay gente que confunde el ritmo con el compás, pero no es lo mismo. (…)
Andrónico de Rodas clasificó trece tipos de temor. A mí, sin pensarlo, me salen más: temor a la libertad, temor a estar siendo otro, temor a estar siendo demasiado uno mismo (y estar vacío), temor a la locura de los demás, temor a la propia locura, temor a la carne, temor a la paranoia, temor a temor, temor a la falta de temor (el mal presagio), temor al temor de los demás, temor al dolor ajeno que pudiera volverse propio, temor de que la vida no se parezca a nada (porque es todo, y lo idéntico que es todo a ese todo), miedo a ser, miedo a dejar de ser, temor al pasado agotado y, aún mayor, temor al pasado inagotable, a los secretos de familia, a los propios secretos, a lo que puede dar de sí un día. (…) ni en la montaña rusa de ocultaciones que ha sido mi vida, ni en la esquina donde fui egoísta, ni en los bares donde fui ridículo, ni en las avenidas que me llenaron de asco y donde cada uno de los dieciséis temores míos encontraba su nombre, ni en las azoteas donde sin serlo me creí sublime, ni ahora, cuando vuelvo a recordar (…)
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Porque cada uno de nosotros está comprometido con un culto íntimo y es el fundador de un gesto, de un chiste y de una moda. Y de ese gesto, de ese chiste y de esa moda, nuestros pensamientos, nuestras caras, nuestros cuerpos, nuestras virtudes y sobre todo nuestros vicios son expresiones fragmentarias que buscan su complemento en lo que se transformó, en lo que transformaron y un día salió de nuestra boca, pasó ante nuestra vista, tocaron nuestras manos. Y lo hemos perdido, Vane. Y no hay memoria que lo consiga recuperar, ni ese capricho, la experiencia, porque está aquí, a nuestro alrededor, como una jauría de perros salvajes que no acorralara. (…) 
La gente se escandalizaba porque no sabía que en estos años existió un argumento sumergido, paralelo a la casi idílica nación de la que todos nos sentíamos orgullosos. Y ahora ese argumento secundario emerge como un susto. Y alguien teme que no se quede en razón de Estado, vomitiva quizá, pero razón: las palizas, el asesinato, métodos peliculeros que hasta ahora solo podían aceptarse de algún financiero prepotente y barrigudo. ¿Saldrán los negocios paralelos? (…) El impostor de cada uno de sus actos que estuvo a punto de llegar a ministro, extorsionó y saqueó, y luego se entregó nada menos que en Laos, adonde había huido aconsejado por otro antiguo playboy que hizo fortuna en lugares exóticos (…). Los únicos funcionarios que trabajan estos días veraniegos son los del Ministerio de Justicia. Los españoles se lo creerán todo, todas las conspiraciones, y se volverán cínicos. Sería el mal menor. (…)
La calma que el dinero necesita para brindar al mundo un modelo satisfactorio de hombres y mujeres: languidez en piscinas y bares y coños con aroma de tabaco rubio. De mito hortera a decorado y, de ahí, a espejo cóncavo de una vaga furia social que en realidad no siento, porque no deseo que se convierta en otro de mis muchos vicios. El resentimiento y la conciencia de clase mal digerida, como las drogas, acaban tiñendo cada uno de tus actos y el blando pensamiento que los valora. (…)
Tengo treinta y siete años y sigo con la misma cara de primo. Algunos drogadictos y muchos tontos no envejecen. Y reúno ambas condiciones. (…)
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En los trece años que viví junto a las chabolas, jamás oí hablar de política, ni de Historia reciente. Teniendo en cuenta que pese a mi candidez era un radar ambulante, eso quiere decir que nadie decía nada. Tardé poco en darme cuenta de que el olvido que comporta la miseria es absoluto, como lo es el que implica la destrucción. Sólo los que de algún modo, pese al dolor, salen airosos del desastre tienen fuerzas para quejarse, para opinar, para recordar, y los aiste menos que a los que callan. La necesidad de silencio iguala a víctimas y verdugos. (…)
La obsesión por un dinero con el que ya no sólo se podía comprar, sino lucir, aunque la austeridad continuara siendo brutal, no se ocultaba como antes con la vergüenza de la miseria; se trataba de construir un trampolín para saltar sobre él y zambullirse en días luminosos. (…)
Ahora iremos a dirección general. Entras, coges el busto de Franco que encontrarás en el despacho y lo bajas al archivo. El señor (…) estará en el despacho, o a lo mejor no. Esta situación le produce mucho dolor, o quizá no. Por eso no te dirá nada, ni tú le dirás nada. O quizá te dirá algo para demostrar su paternalismo y tú le contestarás en la forma adecuada para que vea que respiras ilusión y te impresiona estar frente a un gran hombre. Luego, sobre todo, esconderás el busto en un sitio perdido, pero no tan perdido como para que luego no podamos encontrarlo si hace falta. No comentarás esto con nadie, o lo puedes hacer con todo el mundo. Pero si lo haces, tus días en esta casa están contados. De todo lo que te he dicho, eso es lo único de lo que puedes estar seguro. De eso, y de que algún día todos nos iremos a la mierda. (…)
Todos hablaban de un lugar en la Meseta, peinado por los vientos, oreado por el perfume serrano, fondo saludable de cacerías y livianos estupros y tópicos adulterios, tan cerca del cielo el selecto grupo allí reunido. Además de encajar y contabilizar en el libro mayor de la calamidad los golpes que infligían sin reposo vencedores y vencidos, justos y poderosos, amigos y enemigos de España, esa gente, en ese lugar, pensaba mucho y discutía para organizar el nuevo Estado, un buen remedo o una excusa convincente, que devolviera el país al engranaje idóneo, al concierto de las naciones occidentales… Se aceptaría ser el último violín, se claudicaría percutiendo el bombo o el triángulo, se atendería la mínima sugerencia de la batuta, pero era más necesario que nunca hacer amigos. Que se rieran de nosotros, pero poco. (…) Esa reunión importante era conocida por sus miembros como el sanedrín. La dirigía un hombre de naturaleza persuasiva y ademán honesto, el mejor yerno del mundo, a quien los mismos habitantes del Estado para el que deseaba lo mejor o mentaban con desprecio en un momento u otro del día. En torno a su figura, que había crecido entre las mamas peludas del antiguo régimen como un cadete humilde, listo y dispuesto a hacer lo que fuera (exactamente la idea que mi madre tenía de lo quera un hombre, y por eso todas las madres del país le adoraban en un momento u otro del día), se reunían otros como él y tan convencidos como su jefe estaban de que romper un juramento de fidelidad a quienes habían roto un juramento de fidelidad no era sino continuar una larga tradición política que sólo podía afear la conducta del desconfiado primate que había inventado los juramentos. (…) 

Ballesta (a López y López): ¿Conoce la fábula de Aquiles y la tortuga? (...) Me estoy refiriendo a la fábula de Aquiles y la tortuga, aplicada, dentro del sistema capitalista y sus esquemas, a una política constante de centro. (...) La izquierda, en la calle, parece muy fuerte. Y más estos días, con tanto pretexto para el alboroto. Eso es obvio. Y es posible que en número también lo sea. Y la democracia es número, estadística y puro recuento, no lo olvidemos. Contra la idea de una mayoría natural de derechas, amante de una pax hispana, por decirlo así, que yo creo que no existe como tal, porque de cuando en cuando me paseo por la calle y ogio y veo, y me parece que esa mayoría vota o votará a la izquierda en cuanto desaparezca el factor miedo. La izquierda, por tanto, es más fuerte y no dejará de repetir la idea marxista de que la historia, si se repite, siempre lo hace como farsa. Que la modernización de España pasa por dar el relevo a gente que, digamos, se dirige al pueblo en su idioma, el tiempo que los chicos tarden en gastar ese idioma. Eso es lo importante, el idioma, el tiempo que los chicos tarden en gastar ese idioma y no tengan más remedio que asumir la práctica política, jugar en serio. Aquiles es la izquierda, potente, con esa atracción juvenil de la novedad y esa lengua que pronuncia "divinas palabras".
López y López: ¿Y la tortuga?
Ballesta: Los poderes fácticos. Lo que a partir de ahora, con la entrada de los sindicatos, de los grupos terroristas, de los ánimos enervados de unos y otros, pasarán a denominarse grupos de influencia. (...)
Como cuenta la fábula, la tortuga posee una diferencia de salida que cada vez es menor, pero paradójicamente, aunque siempre sea menor, siempre es una distancia cuantificable. Aquiles nunca cogerá a la tortuga. Ese espacio, por muy menor que sea, es el poder a la vista, que tampoco es manco. En el más grotesco de los casos, un nuevo grupo de influencia, legítimo, si es que usted quiere perfumar la cosa, ¿no? La paradoja es que ese espacio progresivamente reducido que vamos inventando, pero que siempre existe, es el centro. El centro es maleable como el barro. Según la época puede ser tan progresista o conservador como quiera, pero nunca dejará de ser el centro. (...) 
Porque una cosa, Fernando, es muchas cosas, y aún puede ser muchas cosas más. Hasta que se acaba todo. Hasta que sólo quedan madrugadas de borrachos. (…)
Esa noche tuve un hermano. Un hermano de verdad. Una carcajada auténtica entre el millón de risas falsas. Dios se entretiene con nosotros. (…)

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La masa nacional descubre el efecto dominó y, como un niño que vuelca soldaditos de plomo, se entusiasma con la corrupción, el desfalco y la guerra sucia al mirar las llagas que la arrogancia se hace a sí misma. Se indigna al tener de nuevo conciencia de que no ha vivido la vida que le contaban, que viscosas mutaciones de la franqueza y de la vocación de servicio y del sentido del Estado serpentean en la atmósfera del secreto. Y se contagia la masa nacional de esa arrogancia desbordada al intuir un realismo superior, de mayor reputación, aunque gaste la joroba del sensacionalismo, del odio y del miedo. Los asesinos oficiales de terroristas entran y salen de la cárcel: muñecas rusas que se abren para descubrir en su seno a un superior sonriente y con los hombros encogidos, y a otro, y a otro, hacia el interior de la cadena de mando, que es lo más alto. (…) La tarea no consiste ya en no equivocarse, sino en ocultarte. Todo está al revés, loco. Y lo que hay de locura en este mundo, Dios lo ha escogido para confundir a los sabios. No hay mártir sin una religión enfrentada a otra religión, sin un querer enfrentado a otro poder. Nadie sabe nunca la verdad. (…)
Era de noche. Una tontería, ya, pero fue lo que pensé: “Es de noche”. Y también pensé: “No quiero dormir, no quiero dormir nunca más. Quiero salir de noche siempre.” Había oído la expresión: “Salir de noche.” La gente salía de noche. Mis vecinos, los que ponían discos a todas horas, salían de noche. Yo pegaba la oreja a la pared y escuchaba las canciones que mis vecinos hacían sonar en el tocadiscos. Les oía decir, casi cantando: “¡Esta noche salimos!” Y yo pensaba que, si saliese de noche, me encontraría con mis vecinos y escucharía esas canciones. Por eso, la noche en que me dejaron subir al terrado a ver los fuegos artificiales, me hice una idea muy clara de lo que podría ser salir de noche, de lo que yo haría si saliese de noche. Empezaría a caminar por la calle oyendo las canciones, me iría encontrando con mis vecinos y más gente que conociese y otra que pudiera conocer. Saludaría: “¡Hola! ¿Estáis saliendo de noche?” Y seguiría caminando. Caminaría mucho, escucharía muchas canciones y saludaría a todo el mundo con la mano, moviéndola de lado, como la reina de Inglaterra, mientras les preguntaba a uno y a otro si es que estaban saliendo de noche. Haría todo eso hasta llegar a un sitio, muy lejos, en que ya no fuera de noche. El sitio en que la noche acaba. Eso era salir de noche y así es como sigue siendo. Y más cuando aquella verbena de San Juan acabó a golpes. Algún borracho quiso meterle mano a mi madre. O eso le pareció a mi padre. Mi padre ha sido mago y a veces ve manos donde no las hay. Se las imagina. Otras veces, no quiere verlas. ¿Por qué te cuento esto? ¿Cómo dices que te llamas? (…)
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Sostiene Pujol que la situación en Cataluña está controlada y que Cataluña debe seguir luchando por Cataluña para asentar la democracia en Cataluña y fuera de Cataluña y, en ella, la soberanía de Cataluña. Cataluña. (…)
-(...) El nombre médici indica que habían sido médicos. Primero médicos, luego banqueros y luego gobernantes. ¿Le suena esa curiosa evolución, la coincidencia? ¿Sabe que Pujol, nuestro grosero virrey, está licenciado en Medicina?
-Ni idea-
-Pues sí. Primero médico, después banquero y ahora gobernante. ¿Nos hallamos ante otro príncipe del Renacimiento? No ponga esa cara de charnego agradecido, amigo Atienza, que va mal encaminado… Del papel de Pujol como banquero, mejor no hablar, ya que todos han callado. Como gobernante… parece repasar alguna de las asignaturas que suspendió de banquero. Sí, esas lecciones que no enseñan en la universidad. ¿Y si hubiera ejercido la Medicina? Sea sincero por una vez en su vida, Atienza. ¿Usted hubiera confiado su salud a los cuidados del doctor Pujol?
Quizá solo fuera un modo de molestar los designios familiares; porque los sujetos eran o el hijo listo del que se guardan enormes logros, o el hijo tonto al que, sin embargo, todo el mundo quiere, o vástagos dejados de la mano de Dios. Lo cierto es que un poco antes y, sobre todo, después de aquel año 81, miles de jóvenes de toda España se precipitaron a recuperar un tiempo que ellos no habían perdido. Era el modo de vivir, con métodos bastardos, el instante de la sensación verdadera; la intuición de que nadie pude aguantar una existencia más allá de la música. (…)
Cuando a partir de la noche de octubre del 82 (…) los progres (los tíos de los sobrinos) empezaron a mandar, vieron que necesitaban un barniz moderno para paliar la irritante turbación del que no está en la onda. El poderoso envejece aunque mande, y por eso rumia el argumento banal que le conviene para invocar enseguida su desdén en la capacidad para rebatir ese mismo argumento, que ha existido sólo en su razón corrupta. Ése fue el motivo de que algunos animadores culturales en todos los grados de la escala administrativa fingieran tomarse en serio lo que esos grupos y su entorno estaban haciendo (…). Cuando decidieron que cierta actitud podía ser manipulable y provechosa, quizá no se desvaneció toda la música, pero sí los ecos perfectos en las covachas, y en apariencia se disolvió esa nueva ética del disparate, para ser sustituida por la frivolidad y el lechuguinismo en los que se confundían sus elementos más incapaces. Los verdaderos amos del desastre se tomaron en serio los juegos de los niños, los ensalzaron con la tentación de que si ellos, los izquierdistas indomables, eran de rebeldía fungible, también lo iba a ser la de esos mocosos, a quienes sólo ellos podían ver como rebeldes. Luego los ridiculizaron hablando del asunto y los destruyeron como si el crear un enemigo o un tonto útil para enseguida acabar con él en una periodística, escolástica y nula demostración circense signifique que se ha entendido algo. (…) 
Y a mí me dio por pensar que todas aquellas zanjas, las obras municipales rodeándome, hubiesen dotado a Barcelona de un romántico aire de ciudad bombardeada si efectivamente alguien la hubiese bombardeado, y tanta restauración no respondiera a la imperiosa necesidad de cubrir de argamasa y escombros, de hormigón y mentiras, los sedimentos adolescentes de una ciudad, su hedor de años, el material de derribo que formaba el idioma imposible mal enterrado, por el centro y por las afueras, sin que nadie percibiera que la locura provinciana era el único bien de la provincia, que se estaban quedando con lo peor, con la finalidad de las cosas.
El día del Watusi
Francisco Casavella
Anagrama, 2016  

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