sábado, 22 de abril de 2017

TIERRA DE CAMPOS (David Trueba)

He comprado, leído y disfrutado (de distinta forma) todas las novelas de David Trueba. Me gustó especialmente Saber perder, uno de los libros que más veces he regalado en mi vida. En este post realizo un entresaque de su última obra, Tierra de campos, tratando de escoger pasajes que resalten su efectiva forma de narrar pero, por supuesto, sin desvelar la trama.

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Todos conocemos el final. Y el final no es feliz. Es curioso este cuento, porque sabemos el desenlace pero ignoramos el argumento. Somos visionarios y ciegos al mismo tiempo. Sabios y estúpidos. De ahí nace ese malestar que todos compartimos, esa sospecha que nos hace llorar en un día gris, desvelarnos a medianoche o inquietarnos si la espera de un ser querido se alarga. De ahí nace la crueldad desmedida y la bondad inesperada de los humanos. De ahi nace todo, de conocer el final pero no el cuento. Extrañas reglas de juego que ningún niño aceptaría. Ellos piden que no les cuentes el final. Ignoran que conocer el final es lo único que te permite disfrutar del cuento. (...)

Los amantes pasan, pero un buen bar es para toda la vida. Amar es no poder tomarte otra cuando quieres. Ésas eran las frases de Animal, él, que había perdido para siempre todos los bares de su vida. (...)

Deseé morir y luego he comprendido que en esos días algo de mí murió para siempre. Uno muere a plazos, en contra de lo que pensamos. Porque el final del amor es lo más parecido a la muerte para todos aquellos que no han experimentado la muerte real, que es sin discusión lo más parecido a la muerte. (...) Igual que a veces enciendes la luz de un baño y ves cucarachas que corren a esconderse, un día encendimos la luz de nuestra relación y le vimos la cola a la tristeza. (...) Querer no es tan ideal como pretendemos, no faltan asesinos que dicen querer. Lo complicado de querer es distinguir qué es lo que quieres. No repetir cuánto, ni a quién, ni hasta cuándo, sino qué, qué es lo que quieres cuando dices que quieres. (...)

Es difícil organizar la vida, pero la vida a veces se organiza sola para ti de una manera delicada, con una lógica que asusta, tan perfecta que es emocionante.(...)

Mi madre era pacífica. Su catolicismo, que en los curas de mi colegio era siempre amenazante, inquisitivo, feroz y represor, en ella era una dedicación plácida. (...) Para entonces yo había perdido la fe durante los cursillos de catequesis, convencido, al escuchar los razonamientos obtusos y la falta de altura intelectual de los sacerdotes del colegio, de que si Dios existía de verdad no podía haber elegido a esa gente tan brusca y retorcida para retransmitir su mensaje de paz. (...)
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Cuando nació mi padre, la vida era como había sido los seiscientos años anteriores, y sin embargo cuando murió, el mundo era irreconocible para él. (...) Heredé su capacidad para ser amable con gente que no apreciaba. Nunca le niegues el saludo a nadie, me explicaba, no les concedas la ventaja de que sepan lo que piensas de ellos. (...) Tú ya verás, ya verás, los hijos aprenden a ser hijos cuando se convierten en padres. (...)
La peor consecuencia de la vejez es que los demás invaden tu intimidad. Ya nadie respeta las manías, las costumbres, tu forma particular de hacer las cosas, desde la higiene a la organización del día. Alguien, con la intención de ayudar, se ocupa de ti. Pero ocuparse de ti es ocupar tu territorio íntimo. (...)
No le pidas a tu amigo algo que tu amigo no puede darte y tendrás amigo durante muchos años. (...)
Nunca trabajes para ricos, me advirtió. No conocen el sacrifico que cuesta ganar dinero. (...)
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Animal a veces tiene raptos y revelaciones. Son discursos que suelta sin elaborar, como le vienen a la mente. Casi epifanías. De pronto, entra en incandescencia, apaga la música en la furgoneta y dice: hay que estar contra la pareja, contra la paternidad, contra la patria, todo eso son enemigos de la libertad. La única institución que el hombre debe respetar es la amistad, porque la amistad nace de la generosidad. (...)
En general la gente culpa a la fama de los rasgos habituales del carácter de una persona. Cuando dicen la fama le ha hecho más ensimismado, más egoísta, más triste, en realidad olvidan que el tipo ya era ensimismado, egoísta y triste, pero la fama le ha permitido ejercer sin reprimirse. (...)
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Me sorprendí follando varias veces con el desafío vengativo del que folla contra la muerte, la enfermedad, el olvido. Uno folla a veces contra el mundo. Follaba contra el amor y follaba contra la pareja y follaba contra el compromiso. Y follaba contra tantas cosas que a veces no follaba a favor de nada. (...)

Hay pasado por todas partes. El pasado está posado sobre nosotros como el polvo sobre los muebles. Hay pasado en el presente y hay pasado en el futuro. Impregnado, agarrado, diluido, difuminado, mezclado, empastado, desenfocado. Hay pasado en el recuerdo, en el gesto, en los rasgos, en las frases por decir, en las soluciones. (...) Del pasado se huye, pero se regresa para buscar resguardo, en un movimiento contradictorio. El pasado es nuestro futuro. (...) Hacemos un ejercicio de regresión para reafirmarnos, volvemos al pasado porque tenemos miedo de no existir para el futuro, de ser una especie que se extingue sin dejar huella y por tanto no haber sido. (...)

Descubrí que la pasión crece en la mesura y la contención, porque gozar no es matar el hambre. Un silencio casi monacal siguió al momento en que me corrí sobre su vientre, exhausto como si saciara el proyecto de vida. Me quedé largo rato entretenido en acariciar su espalda, mientras ella, algo estremecida, tampoco decía nada. Sus cabellos finos se habían electrificado con la sábana y flotaban de punta hacia el cielo. Cuando me fugué de su habitación, tres horas más tarde, ni siquiera se volvió a mirarme, dejó que la espalda lo dijera todo. Aunque presagiaba que aquello concluiría, como tantas veces, con un satisfecho desapego, algo ardía en mí cuando recuperé la cama de mi habitación. En las yemas de los dedos persistía el tacto de su piel, y por más que buscaba, no encontraba la coartada necesaria para entonar un adiós. (...)

De niños nos gusta dar vueltas y vueltas sobre nosotros mismos, para experimentar el mareo, la imposibilidad del equilibrio. Caemos al suelo arrastrados por una mano invisible. Es la versión infantil de la borrachera, la pérdida del dominio, la desorientación. Luego echas de menos aquel instante en el que no eres dueño de ti. Te pasas la vida echándolo de menos, ese vértigo incontrolable en mitad de las rutinas diarias tan bien dispuestas. Algo así me sucedió en ese momento. No sé si fue una decisión o un impulso, quizá sólo caí en un remolino imparable. Importa poco. (...)

Tiempo después comprendería mejor lo que me sucedía. Si entonces y ahora alguien hubiera podido mirarme a través de una radiografía habría encontrado un agujero que me atravesaba de lado a lado. (...)
No naces bajo un cálculo, sino en una cascada de accidentes y azares, lo que debería ayudarnos a vivir con mayor levedad y no lo contrario. Las raíces se convierten en algo primario, porque nos atornillan al mundo. (...)
Somos un poco como los girasoles, que buscan el sol en la juventud y luego retiran la cara hacia la sobra y quedan inmóviles sobreviviendo de la energía acumulada. (...)
Tener veinte años sin tener veinte años era un esfuerzo que no me tentaba. (...)
Los amigos siempre creen tener el poder de romper a golpes de cortafríos la tristeza de su íntimo.

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