lunes, 19 de diciembre de 2016

Presentación de "SUPLICARÉIS CLEMENCIA" de Víctor Martín Iglesias


XI
El interés general, el bien común, la sociedad.
La mayoría absoluta, la simple y la cualificada.
Lo que la soberanía popular decida
me resulta por completo indiferente.
El precio por el que vendería
mi alma al diablo
baja
con cada línea que escribo.

Buenas noches a todos: bienvenidos a la jornada de irreflexión.

Aunque, si me permiten, he de comenzar confesándoles que, realmente, es una lástima que esta presentación tenga lugar hoy, 19 de diciembre de 2015, jornada de reflexión electoral. No solo porque ni Víctor ni muchísimo menos yo mismo hemos destacado jamás por nuestra capacidad de pensamiento, sino también porque, por ejemplo, el 21, muy probablemente según todas las encuestas, existirán más motivos para Suplicar clemencia.

Sí que se podría señalar que hace exactamente un año salieron publicados dos libros de autores pertenecientes a lo que se vino en llamar la Plaga lírica placentina: uno de Álex Chico y otro de otro autor no tan cono…cido de cuyo nombre no quiero (ni puedo) acordarme.

Sin embargo, resulta mucho mejor recordar que, día arriba, día abajo, se cumplen 5 años desde la presentación placentina de Cómo hemos llegado a esto, uno de los pocos libros que resisten la comparación con Suplicaréis clemencia y que, casualmente, resulta ser del mismo autor.

5 años. 5 largos años. A simple vista, alguien que no conozca al autor puede pensar que es demasiado tiempo para publicar una segunda parte de 84 páginas y tendrá la sospecha de que puede haber estado vagueando.
Sin embargo, aquellos que conocemos a Víctor podemos estar seguros de que sí: ha estado, como poco, entretenido.

Pero como no es cuestión de sacar trapos sucios, al menos por el momento… Y es que si la comparación la hiciera no un desconocido ni un amigo con información privilegiada, sino un lector objetivo (mi animal mitológico preferido) llegaría a la conclusión de que 5 años es el tiempo mínimo para conseguir un libro tan redondo como este.

No hay texto alternativo automático disponible.

Y es que de este libro, muy probablemente, se seguirá hablando, por ejemplo, día arriba o día abajo, el 19 o incluso el 20 de diciembre de 2030.

Centrándonos ya en lo que nos importa, lo que nos cuenta Víctor en este libro sería, si la palabra de un poeta valiera algo (spoiler: NO), lo que ha vivido desde la publicación del anterior. Es decir, su regreso de Estados Unidos (donde había publicado su primera criaturita), el conocimiento de la precariedad laboral española, su abandono de y regreso a la docencia, su establecimiento en Madrid, el intento (exitoso) de abrirse hueco en un par de revistas online, asistir a una o dos docenas de millares de conciertos.

Lógicamente, en el poemario encontramos bastante del Víctor Martín que nos presentara Ediciones Casavaria y nos refrescara Ediciones Liliputienses pero, además, Suplicaréis clemencia relata, sin piedad, con muchísimo más detalle y, sobre todo, muchísima más fuerza y acierto, el párrafo que les acabo de soltar hace un momento y muchas otras cosas que son difíciles de resumir o de explicar sin dejarse la garganta o las tripas en el intento.

Por tanto, si en Cómo hemos llegado a esto encontrábamos (ya se dijo, ya se escribió) una voz sorprendentemente madura para los 25 años que tenía nuestro protagonista en el momento de su publicación, ahora nos topamos con una voz aún más sabia, más grave, más experta, mejor. Incluso.


Hace un momento he usado un término acuñado por Álvaro Valverde, alguien que conoce bien la obra de Víctor, pues prologó la reedición de su anterior libro (y supongo que sería un buen candidato para prologar o epilogar la reedición, que llegará, de este). Eso me da pie, además de para hacerle la pelota, para fusilar parte de su reseña:

“Partidario de cantar, el ritmo, veloz, evoca una música concreta; canciones desgarradas que, paradójicamente, están llenas de pasión y de vida. Al fondo, el peso y el paso de los años, ese llegar a ser  lo que no o sí queríamos.”
Pero esta reseña muchos ya la habrán leído y, los que no, la tienen en el blog de Álvaro. Es muy completa, como siempre, tanto que,  como poco más se puede decir del libro, yo voy a centrarme en las citas iniciales, que creo que sintetizan las 2 fuerzas que vertebran el libro.

La primera, Ricardo Lezón, dice: “Sabía lo que no quería ser, pero nunca pensé que costara tanto”.

Anticipa, creo, una construcción del yo en la voluntad de no-ser, es decir, de renuncia a la sociedad, en parte por principios y en parte por la lógica que conlleva vivir, tener más o menos conciencia y no estar absolutamente ciego.

En cualquier caso, nos anuncia (atención, spoiler) que la crítica social será aguda, despiadada y constante.

Pensarán entonces que el libro está condenado a un constante tono agrio, destinado a repartir estopa contra el mundo que nos rodea y, de paso, a regodearse en el autofustigamiento masoquista. 

Y así sería y el libro sería muy bueno, muy duro y, sin duda, interesante pero, a la larga, repetitivo y quizás, al cabo, aburrido, de no ser porque la cita “Sabía lo que no quería ser, pero nunca pensé que costara tanto”… no acaba en manifiesto, puño en alto ni cóctel molótov, sino en una ironía que no esconde una claudicación tan inteligente y deshonrosa como acaban siendo todas. 

Y es que este es un poemario sobre la rebeldía condenada al fracaso o, lo que es lo mismo, sobre ese proceso tan terrible vivido desde dentro y tan patético visto desde fuera de dejar de ser joven sin madurar en el intento.

Pero, como todos ustedes saben o irán aprendiendo, los fracasos solo se pueden sobrellevar bajo tres premisas: con dinero, con alcohol o con humor. 

Por eso, la segunda cita es todavía más esclarecedora, ya que advierte de cuál será la otra fuerza que impedirá a Víctor caer en la indigencia, el terrorismo o el punk: es decir, la capacidad de reírse de todo y, especialmente, de sí mismo.

En la segunda cita, apoyándose en Samuel Beckett, nos recuerda que “Cuando uno está con la mierda hasta el cuello, ya solo le queda cantar” y nos advierte que, aunque desesperado y cruel el humor va a estar presente a lo largo de todo el poemario haciéndolo más variado, entretenido y, curiosamente, consiguiendo que el tono agrio que va y viene sea aun más efectivo. Si cabe.

Así, el primer poema es una andanada brutal contra un vosotros que en realidad somos todos, pero muy especialmente el yo que lo fustiga:

Debo confesar que me impresiona
vuestra capacidad para ir tirando,
capear el temporal y ser felices
con cuatro extremidades, cinco sentidos,
y aguantar ochenta y dos años de media.

Admito que quisiera tener vuestra solvencia
para coger el aire y expulsarlo
sin apenas daros cuenta,
y ese discurrir fluido y calmo
entre las cuatro estaciones de siempre.
(…)
Con toda la humildad que me permite
el asco que me dais, quiero saber, de una vez,
cómo lo hacéis vosotros para no moriros de pena.

Sin embargo, enseguida encontramos entonces un tono muy distinto, aparentemente amable, que parece aconsejar con, casi se diría cariño, un tan sencillo como imposible manual de antiayuda:

Busca el vacío legal en las leyes.
Son, nada más son, te lo aseguro,
el relato de sus taras y prejuicios,
(…)
Más allá de la música no hay nada,
es mejor que lo sepas cuanto antes.
Este mundo es triste y duele,
recomiendo subir bien el volumen.
(…)
En fin, que solo puedo darte, amigo mío,
la receta de un antídoto inservible
que en algunas ocasiones me sirvió:
ríe como un cerdo, ama como un loco.


Creo que en estos fragmentos se pueden observar bien las dos fuerzas de las que quehablaba, con un humor antisocial y amargo que resulta tan irónico y generacional como divertido y terrible.

Y considero que las dos citas que les comentaba resumen bien la esencia de lo que se van a encontrar en poemas que espero que lea como “Víctor Martín: Instrucciones de uso”, “El tapicero, señora” o en su identificación con la estética de los fracasos pop que despliega en el poema XXVI y que culmina irreprochablemente con los versos que siguen:
(...) 
El accésit en el concurso de la vida.
El que cancela una vez hecha la reserva. 
El saltador que duda encaramado al trampolín. 

Soy el programa que no responde, 
eternamente dividido 
entre seguir esperando 
o cerrarse definitivamente.

Además, en la parte final Víctor incluye unos bonustracks destinados, como mandan los cánones, a los fans. Pero, como se habrán dado cuenta, es difícil, si no imposible, no haberse convertido en fan a estas alturas.

Ya concluyo.



Para terminar, solo voy a pedirles dos cosas: la primera es que recuerden y lloren. 

Que recuerden el patetismo, las miserias diarias, las derrotas humillantes, los pactos cobardes con la rutina y el enemigo. 
Que recuerden su papel de partypoppers, que no olviden tampoco su papelón de cómplices con una sociedad injusta a la que posiblemente no podrían detener pero que, sin duda, les necesita para seguir aumentando la desigualdad, la mediocridad y la mentira.
Recuerden el alcohol, el fracaso y, valga la redundancia, la poesía.

Recuerden. No olviden.

La segunda cosa que les voy a pedir es que recuerden y sonrían. Que recuerden la ironía, el humor desesperado y divertidísimo, los chistes que no tienen ninguna gracia en el fondo pero sí muchísima en la superficie. 
Que recuerden a Samuel Beckett, Ricardo Lezón, Irene Albert, Anatoli Karpov y las odas alamor efímero.

Recuerden y sonrían, porque suplicarán clemencia.

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