Parece que se ha montado cierta polémica por la decisión de retirar honores al execrable Millán Astray. No es pues mal momento para recordar esta escena del célebre enfrentamiento entre Unamuno y el citado fundador de la Legión narrado por Trapiello en Las armas y las letras (probablemente el ensayo -literario- más importante sobre la Guerra Civil) y que rescato del muro de Facebook de mi amigo y, sin embargo, poeta Fernando P. Fernández:
Millán Astray, que llevaba un buen rato nervioso, golpeaba con su única mano la mesa e interrumpió con impertinencia: "¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?". Hizo entonces uso de la palabra.
Pronunció un breve discurso, dictado por el histerismo, incoherente, en defensa de la rebelión militar, nos dice un cronista. Se dio suelta a bufidos, vítores, y Unamuno pudo, a su vez, retomar el hilo de sus palabras:
"Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de ¡Viva la Muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de los que no las comprendieron, he de decirle, como autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una manera excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre (no un superhombre) viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él.
"El general Millán Astray no es uno de los espíritus selectos, aunque sea impopular o, quizá por esta misma razón, porque es impopular. El general Millán Astray quisiera crear una España nueva (creación negativa sin duda) según su propia imagen. Y por ello, desearía ver a España mutilada, como inconscientemente dio a entender".
En este punto interrumpió Millán Astray al grito de "¡Muera la inteligencia!", matizado por un José María Pemán que intentaba restañar lo irrestañable con el de "¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran lo malos intelectuales!". Sabía Pemán de lo que hablaba. 1935: conferencia en Acción Española; título: "La traición de los intelectuales"; destino: la futura política franquista; represaliados: los Unamuno del mundo.
Es imaginable la pita que se armó entre los falangistas, profesores y público, frente a un viejo que se había atrevido a decir lo que nadie en España, en aquellas circunstancias, habría sido capaz de espetarle a un ser moralmente tan repulsivo. Cuando la grita remitió y se hizo de nuevo el silencio, Unamuno pudo proseguir:
"Este es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir, necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho". (...)
En ese momento Carmen Polo, escudada en Pemán, le dio su brazo, y así, amparado por la mujer del ya proclamado Jefe del Estado y el orador gaditano, salió de la universidad, mientras le protegían de falangistas y legionarios que querían llevárselo para el paseo o lincharlo allí mismo.
Esa misma tarde Unamuno, como todas las tardes, se dirigió al Casino, del que era presidente honorífico, y allí, al entrar, fue insultado de nuevo violenta y reiteradamente, y expulsado. Jamás volvió a poner en él los pies, y en Salamanca empezó a saberse que la vida del rector corría serio peligro."
Las armas y la letras, Andrés Trapiello
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