Ayer, durante la charla en el IES Carmen Laffón en compañía de Víctor Domínguez Calvo, no pude evitar acordarme de este poema en prosa de Pablo García Casado incluido en su, hasta el momento, último libro, García:
LECTURA CON ESCOLARESMe he sentado en la silla del maestro. Escuchan las palabras de la profesora, mi biografía y un breve comentario personal. Cariñoso, educado, agradecido. Me pregunto para qué me han llamado, cuál es mi aportación a su itinerario educativo. En qué me diferencio de un museo o de una fábrica de gaseosas. ¿Soy también una actividad extraescolar?
Ahora es mi turno. Ahora debo leer un poema de Luis Rosales, este es el año Rosales, según mandato del Ministerio. Ya no es hora de pensar sino de vivir. Y luego van mis poemas, esa mezcla destilada de fracasos, obsesiones y verdades a medias. Ellos siguen ahí, quietos, como fieras dormidas. Las palmas sobre la mesa, pensando en el fútbol, en su móvil y en los tangas de colores. Y yo hablando del tiempo, de mis náuseas, de mis pequeños naufragios. Hablándoles de la muerte en todas sus manifestaciones.
Si tuviera su edad, si fuera ellos, debería saltar de la silla, derribar la puerta. Salir a buscar ese mundo que me espera efervescente. Pero no lo soy. Pero no lo fui. También como ellos sentí el miedo a lo desconocido. El miedo a no ser escuchado, a no ser amado. Ese miedo les mantiene atados al pupitre. El miedo y su hermana gemela: la obediencia.
Yo también tengo miedo. Por eso sigo leyendo, uno a uno, mis poemas.
García.
Visor
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