El penúltimo (hasta el momento) y más que recomendable (como siempre o, en su caso, as usual) libro de Antonio Rivero Taravillo, Lo que importa (Renacimiento, 2015) está formado por tres apartados. Además de "Milagros del atardecer" (el primero) y "Sala de espera" (el último), contine un epígrafe completo destinado a recopilar poemas de un tal Humberto Fabbro y llamado "El mejor Fabbro".
Por supuesto, ya se han oído voces diciendo que, igual que Fonollosa quizás no fuera más que un alter ego de Gimferrer, parece altamente probable que el tal H.F. sea una simple máscara de A.R.T. En todo caso, esta es la versión del autor:
No es mi intención entrar en esas elucubraciones y simplemente me limito a traer aquí unos cuantos poemas del tal Humberto Fabbro que, sea quien sea, creo que merece ser leído:
ACUMULACIONES
Hace un día hermoso. Podría
caminar por esas calles solitarias
y mantener una agradable charla con los abejorros.
Hoy el cementario estará muy bonito.
Pero no iré.
Nunca voy a visitar la tumba de mis padres.
Sobre su mármol se acumula la sociedad
como sobre mi conciencia el remordimiento.
TÁLAMO
Aunque sea estrecha,
cómo se acomoda a mi recuerdo,
como un zapato a su horma,
tu cama de soltera.
Para medir el metro, le faltaban los centímetros
justamente de mi verga empalmada
como una vela encendida
ante tu altar.
Un rollo de papel higiénico
se descorría
como la cinta de mi semen
y echaba sobre ti el llovido arroz
de unas nupcias secretas.
NO ESTÁS
No estás. Te fuiste.
Las plantas hoy se ven despeinadas,
desastrosas,
como mi mentón no afeitado,
mi alborotado pelo.
En esa selva, las macetas,
sobrevive el recuerdo
de tus dedos sobre mi mejilla lisa;
tu mano sobre mi nunca, rastrillando
escalofríos.
THE SHOW MUST GO ON
Igual que tantas veces, he acudido
hoy a ese boliche que frecuento.
Había una camarera distinta y, cuando me vi agobiado,
como el niño que regresa al colegio otro septiembre
y no encuentra ya a su señorita,
brinqué al oír su voz detrás de una mampara
y dije un profuso hola aliviado y jovial.
Pero tampoco era ella la que vino
con una gran sonrisa derramada
al patio de recreo de los alcohólicos.
Pedí una cerveza como siempre,
que llegó sin embargo como nunca
y me supo peor,
jarabe que no cura la extrañeza.
En el espejo tras la barra, se entristaba
mi rostro reflejado entre botellas
que ya no limpirán más sus manos.
Como en un velatorio, bebí con él
sacando brillo a viejas anécdotas.
Juntos brindamos por la despedida.
No sé si existe la reencarnación,
y mi karma está sucio como los vasos
de tipos como yo, y pese a todo,
¿volveremos a encontrarnos un día en otro garito,
ella, su culo ante ginebras y whiskies?
Pero la vida sigue aquí: profesionales,
sin caer en falacias patéticas,
erre que erre las etiquetas
continuán diciendo lo mismo
con su letra ilegible.
Mientras, espejo sin azogue que también me copia,
el vaso se vacía lentamente.
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