Vuelvo, como hago siempre, para marcharme.
Para que sigas echándome de menos
hasta que no importe cuándo ni dónde
y te sea indiferente mi paradero.
Para que tus piernas se impacienten
mientras espero a que suba el dólar
y pueda otra vez ir a verte.
Quiero volverte extranjera,
olvidar tu nombre de pila.
Quiero que, a mi vuelta,
engañes conmigo al otro yo que yo era.
Que olvidemos este amor domesticado.
Saldré de noche y no vendrás conmigo
y no estarás conmigo cuando vuelva.
Ni estarás en los bares que frecuento,
ni nos frecuentaremos, ni sabrás
con quién frecuento ahora mi camino.
Dejemos que pase el tiempo,
que siga haciendo de las suyas,
que entre tanto destruya
la complicada torre de los afectos.
Si se derrumba,
qué importa, será
que ya lo nuestro tocó techo.
(Víctor Martín Iglesias.
Cómo hemos llegado a esto.
Ediciones Liliputienses.)
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