martes, 19 de febrero de 2013
Machismo
Todavía hay demasiado machismo. En este país
no habrá verdadera igualdad hasta que una mujer pueda favorecerse de los
viajes, coches y regalos que La Mafia regala a su marido y poder seguir
en su puesto de Ministra sin ponerse ni "colorá"
viernes, 15 de febrero de 2013
miércoles, 13 de febrero de 2013
La revolución
“En mi
habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento
acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del
aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e
inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue
inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé
con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no
podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido
mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de
ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y
el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario
en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese ‘cierto tiempo’. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez ‘cierto tiempo’ también se mostró impotente.
Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario”.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese ‘cierto tiempo’. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez ‘cierto tiempo’ también se mostró impotente.
Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario”.
La revolución, de Sławomir Mrożek. Perteneciente a la obra La vida para principiantes
© de la traducción, 1995 Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles y Quaderns Crema S.A.U.
© de la traducción, 1995 Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles y Quaderns Crema S.A.U.
lunes, 11 de febrero de 2013
Plasencias y Valverdes
Plasencia
siempre ha sido una ciudad provinciana con ínfulas de una grandeza que, en
realidad, nunca tuvo y, aparentemente, está lejos de poder llegar a tener jamás.
Así, dicen, poco después de su fundación como simple emplazamiento estratégico por
parte de Alfonso VIII, fue “refundada” como “Ciudad Libre” y amparada bajo el ampuloso
lema "Ut placeat Deo et Hominibus" (Para agrado de Dios y de los
hombres). Posteriormente, cuentan, luchó por mantener su realengo, es decir, el
dudoso honor de ser propiedad exclusiva de la Corona (cada cual elige sus
cadenas) y, desde entonces, ha sabido mirar con suficiencia incluso a ciudades
mayores, más bonitas y más prosperas. Pese a todo, o quizás en parte gracias a
ese aire de falso aristócrata arruinado, es un sitio apacible, donde se puede
comer, vivir y beber bien y donde resisten (y, últimamente, están abriendo)
bares que merecen la pena.
Plasencias, por su parte, es un poemario
magníficamente editado por de la luna libros
sobre las andanzas en una ciudad provinciana de un yo poético que pasea,
siente, recuerda y resiste. Y, sobre todo lo anterior, escribe. Su autor es
Álvaro Valverde (Á.V. de aquí en adelante) que, que yo sepa, nunca ha tenido
las ínfulas que su grandeza podría provocarle y cuyo aspecto de aristócrata es,
sin duda, más estético que poético.
“Habito una
ciudad de la memoria./ Me obliga a ello/ la pobre realidad que determina/ la
imagen que refleja”, se disculpa Á.V. en el inicio del primer poema del libro,
“Memoria de Plasencia”, que ya incluyera hace cierto tiempo en A debida distancia y que constituye una
introducción magnífica para los distintos prismas callejeros que determinarán
el libro, esto es, un recorrido errabundo por distintos lugares (de paseo, de
camino al trabajo, en coche y/o recordando) donde se desarrolla “(…) una
existencia/tan común y distinta como todas”. Y ese deambular anodino (“cifra/
de la vida a que aspira quien resiste) se torna universal a través de, por
ejemplo, “Calles secundarias”, “Junto al río” por “Periferias” y “Conventos” y
el lector entiende que el plural de “Puerta del Sol” no es gratuito ni se
refiere solo al poeta y su abuela Feliciana: a fin de cuentas, a todos “Entre
verso y pespunte/ se nos va la existencia”.
Servidor, que
solo se siente patriota en algunas manifestaciones y orgulloso de su tierra al
leer algo de Gonzalo Hidalgo, Juan Ramón Santos o Gabriel y Galán, admite que
necesitaba un guía afectivo para su propia ciudad, ahora reconocida, revalorizada
y pronto, seguro, releída. Pero, más allá de desapegos particulares que a nadie
importan, lo vital es la forma en que Á.V. hace suya la máxima de John Dewey, “lo
local es lo único universal”, logrando, como ya hicieran anteriormente otros con
Murania o Aracia, levantar un territorio para agrado, no sé si de Dios, pero sí
seguro de los hombres. O, al menos, en este caso, de aquellos que aprecian la
buena poesía.
viernes, 1 de febrero de 2013
Entre falsas promesas de un mundo habitable
TIERRA
Apretar el gatillo sería lo correcto.
Y dejar para siempre de agachar la cabeza.
Un disparo certero entre los ojos
es el remedio a nuestros problemas.
La vida cansa y cansan los políticos,
las ideas mezquinas de un rebaño
decadente. Es tiempo de poetas
y de asesinos, tiempo de suicidas
y violadores, tiempo de actuar.
Porque cansa la vida y la verdad cansa,
la verdad putrefacta y única que nos venden,
que nos hacen tragar como cartón mojado
entre falsas promesas de un mundo habitable.
Es tiempo de actuar, tiempo de cambios.
El cargador está lleno y las balas
esperan, impacientes, su destino.
Pero no, siempre habrá alguien en la sombra,
un verdadero dios bañado en sangre
que manipule nuestras intenciones,
y se apodere de ellas, y las reduzca a polvo.
Siempre habrá una mano que maneje los hilos
y nos haga comer frente al televisor,
con el silencio familiar más triste,
mascando las imágenes que mecen nuestro sueño.
(Alberto Tesán)