Enric González
y yo no tenemos nada en común. Él anda por los cincuenta y yo, gracias al
cielo, todavía no he alcanzado la treintena. Él es hijo de un conocido escritor y yo no. González ha sido corresponsal en Londres, Roma,
Nueva York y Jerusalén y yo tan solo he trabajado como profesor en diversos
centros públicos de sitios tan poco glamurosos como Marruecos o Extremadura. De
hecho, ni siquiera soy periodista, mientras que Enric, por el contrario, me
parece desde hace casi diez años el mejor articulista de este país (ahora que
se prodiga menos, igual se ha sumado a la puja Manuel Jabois). Yo, en cambio,
bueno, ya lo están leyendo.
Sin embargo, en
este mismo momento, mientras voy claudicando a la idea de mandar mi currículum
a centros concertados, Enric González está estudiando una oferta con muchos
ceros de El Mundo. Por supuesto que la analogía está cogida por los pelos
(económica, mediática y socialmente hablando) pero a mí me ha sorprendido
pensar que, tanto en la más alta esfera de prestigio y calidad del Periodismo
como en el estante más bajo del mercado laboral relacionado con la enseñanza,
todos tenemos un precio y todo es relativo. Es cierto que, tanto Enric como yo,
supongo, tenemos valores que nos alejan de El Mundo y de los concertados,
respectivamente. Por ejemplo, ¿es más
vergonzoso trabajar en un centro concertado que vivir de tus padres? ¿Hay
realmente diferencia entre El Mundo y El País? ¿Es mejor vivir del paro que
trabajar en un concertado? ¿Es mejor hacer bien tu trabajo, aunque sea en un
periódico como El Mundo que perseguir tu vieja vocación de vivir del aire en
Londres (tirando, tal vez, por la borda un matrimonio quizá feliz? Yo, al menos, prefiero seguir
leyendo a Enric González. Incluso ahí. Como, supongo, los que me quieren bien,
desean que encuentre un trabajo y deje de dar el coñazo.
Realmente es un
debate absurdo: lo que importa, supongo, qué remedio, es hacer bien tu trabajo,
sea donde sea y aunque no comulgues con la línea editorial de la casa para la
que trabajas. Pero esto (no mi situación particular, sino la de miles de
interinos; y tampoco la de Enric en concreto, sino la de los trabajadores y lectores afectados por el ERE de la mitad de
plantilla de El País) no deja de simbolizar el fin de dos sueños que casi
habíamos llegado a creernos: el de una Educación Pública de calidad y
el de una prensa socialdemócrata de nivel en España. Pero bueno, no es para tanto: a fin de cuentas, Enric seguirá siendo un periodista fabuloso y yo un profesor normalucho; nosotros, los
interinos si encontramos trabajo, seguiremos viviendo de ustedes aunque nos
contraten terceros. Y Enric, pese a su indudable ojo crítico, no creo que sea
capaz de encontrar una sola diferencia importante entre Pedro J y Cebrián.
VENGA VA! En serio, ¿se va a El Mundo???
ResponderEliminarEstimado interino,
ResponderEliminarSiempre he pensado que los conversos son (somos) los peores, y que no hay mejor escenario para un profesor rojillo que un colegio concertado (bueno sí, uno del opus). Al fin y al cabo, el efecto del mensaje no solo depende del mensaje mismo, sino del medio en que este se produce. Sobre todo del medio. Que un profe de la pública me hable de las maldades de la derecha me trae sin cuidado, que lo haga un tipo con sotana y la cosa cambia.
Supongo que la cuestión reside en tener bien claritos, desde el comiezo, los límites de la propia conciencia, y ser fieles a ellos.
Pero yo les animo a usted y a Enric a dejarse abrazar por el enemigo, quién sabe si así acabarán descubriendo facetas de ustedes que desconocían. un abrazo. Carolina