lunes, 2 de enero de 2023

"LA VIDA DESPUÉS DE LAS MODELOS" (Javier Cánaves)



EL HOMBRE SIN SONRISA SE SINCERA
O LA VIDA DESPUÉS DE LAS MODELOS

El café y los nervios echaron a perder mi sonrisa. 
Antes tenía una sonrisa estupenda. 
Las amigas de mi madre se enamoraban 
perdidamente de mí. Llegué a rodar varios spots publicitarios. 
Cereales, promociones residenciales en la Manga del Mar Menor, 
entidades financieras, ese tipo de cosas. 
Alcanzada la mayoría de edad, tuve algún que otro romance 
con modelos y chicas del business show. 
El más sonado fue el protagonizado con Miriam Reyes, 
antigua chica Hermida y Dama de Honor en el certamen 
de Miss España 1991. El público estaba con ella, 
España entera estaba con ella, pero el jurado 
o quien quiera que fuese 
decidió que todos estábamos equivocados. 
Manías de los expertos, ya se sabe. 
Detalles que los legos en la materia no llegamos a comprender. 

Siempre me gustaron las modelos. Irreales, escuálidas, 
encantadoramente esquivas. Es cierto que una leyenda negra enturbia 
sus vidas de pasarela y excesos, pero yo siempre amé 
las leyendas negras. El lujo, las drogas, los hoteles. 
Cómo no amar todo eso. El sexo con las modelos es fantástico, 
parece que te regalen la vida y, ciertamente, te la regalan. 
Pequeñas diosas anoréxicas, hijas suicidas de la posmodernidad. 
Quien no ha visto amanecer desde el Hilton New York 
con una modelo desnuda en la cama
pasada de alcohol, anfetas y megalomanía
no puede afirmar haber vivido. 
La mayoría del tiempo somos putos esclavos. 
Las modelos son  ángeles liberadores, heroínas del fin de los tiempos 
y la publicidad. Ellas nos salvan de la realidad, 
tan engorrosa. Las amamos porque son irreales. 
Quién coño quiere realidad. Zona ajardinada, cómodos plazos, 
las migajas de la clase media trabajadora. 

Yo perdí el don. Lo tuve y lo perdí, así de simple. 
Esta vida es un asco. Todas las noches sueño con modelos. 
Vienen a mi habitación y me besan la frente, 
los pies, las ingles. Sienten lástima por mí. 
Si pudiera verme desde fuera seguramente 
yo también sentiría lástima por mí. Pero no puedo. 
Debo conformarme con el desprecio. 
Hay algo hermoso en el desprecio de uno mismo. 
Dignifica, tonifica los músculos, vacía el intestino. 
Quizá, si me blanqueara los dientes, si pudiera sonreír 
como lo hacía entonces, pero aquello es historia. 
Ahora las modelos prefieren a otros.
No soy más que el hombre invisible en la torre de control.
El café y los nervios hicieron su trabajo.
Cada noche ejercito los músculos de la cara, 
pero no hay nada que hacer. Cuidaré mi jardín,
me dejaré crecer la barba, puede que incluso
me dé por escribir poesía. De todos modos,
las modelos nunca se acuestan con poetas.
Sus razones tendrán.

¿DÓNDE ESTÁS, MUNDO BELLO?: el fracaso es general.


Llevo unos cuantos días pensando en los últimos párrafos de tu mensaje; en eso de que, como dices, «el fracaso es general». Sé que estamos de acuerdo en que la civilización está en estos momentos en su fase de declive decadente, y que una fealdad escabrosa es el rasgo visual predominante de la vida moderna. Los coches son feos, los edificios son feos, los bienes de consumo desechables fabricados en serie son indeciblemente feos. El aire que respiramos es tóxico, el agua que bebemos llega cargada de microplásticos y la comida está contaminada de partículas cancerígenas de teflón. Nuestra calidad de vida va en descenso, y con ella la calidad de la experiencia estética que tenemos a nuestro alcance. La novela contemporánea es (con contadísimas excepciones) irrelevante; el cine comercial es una pesadilla pornográfica para toda la familia financiada por empresas de automoción y el Departamento de Defensa estadounidense, y el arte visual es casi todo él un mercado de materias primas para oligarcas. Cuesta, dadas las circunstancias, no sentir que la vida moderna sale mal parada en comparación con los estilos de vida de antes, que han pasado a encarnar algo más sustancial, (...)
Este impulso nostálgico tiene, desde luego, un poder tremendo, y en los últimos tiempos los movimientos políticos reaccionarios y fascistas le han sacado un rédito enorme, pero no estoy segura de que eso implique que el impulso en sí es intrínsecamente fascista. Creo que tiene sentido que la gente, melancólica, vuelva la vista atrás, a una época en la que el mundo natural no había comenzado todavía a morir, nuestras formas culturales compartidas no habían degenerado en marketing de masas y nuestros pueblos y ciudades no eran todavía anónimos centros de empleo. Sé que tú en concreto sientes que el mundo dejó de ser hermoso tras la caída de la Unión Soviética. (En un aparte, ¿no es curioso que este suceso coincidiese casi exactamente con la fecha de tu nacimiento? Quizá eso explique por qué sientes que tienes tanto en común con Jesús, que creo que también se consideraba un heraldo del apocalipsis.) Pero ¿experimentas alguna vez una especie de versión diluida y personalizada de ese sentimiento, como si tu propia vida, tu propio mundo, se hubiesen convertido de un modo lento, pero perceptible, en un lugar más feo? ¿O la sensación, siquiera, de que mientras que antes ibas en sintonía con el discurso cultural, ya no, y te sientes desligada del mundo de las ideas, aislada, desprovista de un hogar intelectual? Igual es por este momento histórico concreto, o igual es solo el resultado de ir envejeciendo y desilusionándose, y le pasa a todo el mundo. (...)
Cuando pienso en cómo éramos cuando nos conocimos, no creo que estuviésemos muy equivocadas en nada, salvo en relación con nosotras mismas. Las ideas eran acertadas, el error era pensar que tú y yo importásemos. Bueno, las dos nos hemos ido desprendiendo de ese error de base por diferentes vías: yo, consiguiendo exactamente nada en más de una década de vida adulta, y tú (si me perdonas) consiguiendo todo lo que podías conseguir sin hacer con ello la más mínima mella en el perfecto funcionamiento del sistema capitalista. Cuando éramos jóvenes, creíamos que nuestra responsabilidad se extendía hasta abarcar el planeta entero y todo lo que habitaba en él. Ahora nos tenemos que conformar con intentar no decepcionar demasiado a nuestros seres queridos, intentar no abusar del plástico, y en tu caso, intentar escribir un libro interesante cada pocos años. De momento, todo bien en ese frente. ¿Estás trabajando ya en algo nuevo, por cierto? (...)
Dios nos hizo como somos, seres humanos complejos con impulsos y deseos, y los vínculos compasivos con personajes de pura ficción —de los que, como es evidente, no podemos esperar obtener ningún tipo de gratificación o ventaja material— son una forma de comprender las profundas complejidades de la condición humana y, por tanto, las complejidades del amor de Dios por nosotros. Podría ir incluso más allá: Jesús, con su vida y su muerte, destacó la necesidad de amar a los demás sin atender a nuestro propio interés. En cierto modo, amar a personajes de ficción, sabiendo que nunca podrán correspondernos, ¿no es un método de practicar a pequeña escala el tipo de amor desinteresado al que nos invita Jesús? Quiero decir que la conexión emocional es una forma de deseo que tiene objeto pero no sujeto; una forma de desear sin desear; un desear para los otros, no lo que quiero para mí, sino cómo deseo para mí. Supongo que adonde quiero ir a parar es a que una vez te metes en la mentalidad cristiana, la diversión no tiene fin. Para ti y para mí es más complicado, porque no parece que podamos quitarnos de encima la convicción de que nada importa, de que la vida es arbitraria, de que nuestros sentimientos más sinceros son reducibles a reacciones químicas, y de que ninguna ley moral estructura el universo. Es posible vivir con esas convicciones, desde luego, pero no es del todo posible, me parece a mí, creer en las cosas en las que tú y yo decimos creer. Que algunas experiencias de la belleza son serias y otras triviales. O que algunas cosas están bien y otras mal. ¿A qué criterio estamos apelando? ¿Ante qué juez defendemos nuestros argumentos? No intento tumbarte, por cierto: yo ocupo la que intuyo que es exactamente tu posición. No puedo creer que la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal sea una simple cuestión de gustos o preferencias; pero tampoco soy capaz de creer en una moral absoluta, o lo que es lo mismo, en Dios. Eso me deja en un no lugar filosófico, ya que mis convicciones carecen de arrojo en ambos frentes. (...)

Sigue siendo mejor amar algo que no amar nada, mejor amar a alguien que no amar a nadie, y aquí estoy, viviendo en el mundo, sin desear ni por un momento que no fuera así. ¿No es eso, a su manera, un don especial, una bendición, algo muy importante? (...)
¿DÓNDE ESTÁS, MUNDO BELLO?
Sally Rooney