Ayer devoré en unas horas este poemario de Brenda Ríos y pensé, qué menos, intentar contribuir a propagarlo desde mis modestos púlpitos de palpitación. Sin embargo, luego recordé que Ariadna G. García ya había publicado una reseña muy completa en la revista Oculta Lit que prefiero compartir desde aquí con ustedes junto con algún poema seleccionado por mí y, sobre todo, mi recomendación apasionada:
DOMINGO
no tiene nada de malo comer
sobre el fregadero,
mirando por la ventana el edificio de enfrente.
por fin han quitado el anuncio de Se vende.
caen las plantas sobre los balcones de ese edificio
más limpio y grande sin el anuncio ese.
nada tiene de malo
haber esperado años el ascenso que nunca se dio
ni de haber intentado amar a 553 mujeres
para ser exacto
lo que importa es que el intento y que llamaste y
mandaste mensajes y estuviste ahí cuando
llamaban ebrias en la madrugada
pidiéndote que pasaras por ellas o las recibieras en tu casa
y decías a todas, las 553, sí, acá te espero o voy por ti
nada tiene de malo que llames los domingos a tus dos únicos amigos
para ir al cine
pero ellos no pueden, nunca pueden,
fueron comidos por el hermoso sistema de los hijos
un sistema perfecto si lo piensas:
durante años los llevan a partidos de futbol, escuela, fiestas,
y durante años los verán partir a la universidad y a una ciudad
con mejores empleos
donde conocerán a alguien y tendrán hijos a quien llevar a los partidos, la escuela, y así…
pero por ahora los hijos son pequeños y tus amigos no pueden dejarlos de mirar un segundo
por si se caen de la cuna
o se meten algo a la boca,
o si se golpean entre ellos
porque aún no saben qué está bien y qué no
y tú te quedas sin ir al cine
comiendo en el fregadero
algún bocado del refrigerador
y piensas en las 553 oportunidades de haber sido ellos y de tener tus propios hijos
y una chica en casa que odiara las películas que ves
pero te soportara amablemente
porque te enseñaron que amar es soportar con amabilidad,
a tus padres les funcionó.
pero no, algo no salió como debías ser y
comes mirando por la ventana
imaginas el regateo de los nuevos propietarios con la inmobiliaria
imaginas que a su vez pondrán cortinas blancas como todos
y flores en el balcón como todos
y saldrán en dos autos a las 8:15 como todos
y regresarán por la noche, ya oscuro,
cansados y satisfechos de ese cansancio pues pudieron comprar ese departamento
en una buena calle
sin pensar en el futuro
como todos
porque pensar no ayuda en la resistencia
en la capa fría de las mañanas,
en las compras del súper los lunes en la noche
en salir al cine, a cenar, sólo para imaginar que no sólo se trabaja
pero es así: solo se trabaja
y ves pasar los años donde siempre
sin haber recibido el ascenso
comiendo el pollo frío o la pizza del día anterior
llenándote la cabeza con toda la claridad posible.
ORDEN DEL DÍA
Los hombres que quise se llevaron todo.
El dinero, los libros, lo que yo era.
Con la cuenta vacía, la casa vacía, los ojos vacíos
regresé y cerré la puerta.
No había modo de salir.
Grité por días pero no hubo nadie.
Me doblé del agotamiento.
El cielo cambió de color y ahí estaba yo
olvidando quién fui
recordando quién fui
todo a la vez en extrema confusión.
Qué difíciles tiempos para ser una,
para hacerse, para contarse, para darse.
Qué terribles días para sanar
y enfermar de nuevo
el ardor, la fiebre, la palabra dar.
Había un muchacho en la piscina,
era hermoso.
Entraba al agua y el mundo quedaba suspendido
no podía dejar de verlo
puro músculo, piel tensa, casi podía tocarlo con los ojos
las perlas del agua lo cubrían
como un collar extra grande, perlas transparentes,
parecía que una mujer le había llorado encima
con lentitud y pereza, lánguidas lágrimas
un traje traslúcido que servía para no
hundirse.
Él era agua bebiendo el agua de la piscina,
él era fuerza
y yo, a dos carriles de él,
me sometía.
Mis pies estaban pegados al azulejo
del fondo
mis ojos querían amarlo
entrar en él
verlo dormir
pero recordé quién era yo
noté quién era él
y mi casa vacía se hizo presente.
Yo era la casa sin muebles,
él era la abundancia, las uvas, el pan, el queso, la miel, la mantequilla,
nada quedó para mí
pues los hombres que quise y quise mucho,
se llevaron todo.
Mi casa sufrió un incendio.
Yo soy las cenizas.
ESCUDO
En el amor cometía siempre
la tontería de pensar
total, ¿qué tengo que perder?
pero perdía y perdía mucho
tanto así que en una ocasión
decidí no mover un dedo
y contuve mi ejército de amor
que es mi cuerpo
lo dejé en reposo
sin respirar
hasta que la bestia pasara
sin dañarme
pero no, no fue igual
INTERRUPCIÓN
No importa la hora en que llame tu madre
siempre será inoportuna,
he dejado la carne en la sartén,
estoy con un amigo
me estaba bañando y salí empapada a contestar
qué fortuna el amor materno
el hilo sangriento que une
una persona pegada a otra de por vida
sin importar la hora,
la ciudad
el cambio de horario,
llamará, llamará y tú pasmado
reconociendo el número
con el cuerpo escurriendo
atinas a decir,
discúlpame, te marco luego,
estoy a la mitad de algo
qué barato el amor del hijo:
uno es lanzado a vivir
pero no esperan que flotemos por inercia
hay que morder el hilo de sangre
hay que comer de vez en cuando esos márgenes de la cuerda,
manguera siniestra
hay que agradecer porque pudimos haber sido asfixiados
a los dos, tres años cuando por vivir hacíamos de todo: gritos, pataletas
y míranos ahora,
no queremos dar el crédito de la vida,
porque a final de cuentas ¿qué?
respiramos a mitad de algo, y cuando íbamos a ser felices
nos interrumpen
COSAS QUE HIERVEN
no tuve hijos
tampoco duré más de cuatro meses en un empleo;
cansancio por lo mecánico
justificaba.
lo de los hijos parecía algo así:
el acto de cuidar no es para todos
y hay que cuidar por mucho tiempo
aun si uno tiene hambre o sueño
hay que cuidar
me senté en la arena hirviente a mirar el mar
eso hice. eso hice mucho, mucho tiempo.
al caer la tarde llegaba a casa y listo,
tomaba un café hirviente
un sandwich plano
y miraba algo en la tele antes de dormir.
la vida pasa, me decían.
mientras sudaba a mares mirando el mar
agua que regresa ahí mismo
perdía peso mirando el mar
el calor es un hijo propio
las barcas de los pescadores están a unos 300 metros
de la orilla y ellos también contemplan el mar
esperan
y con esa espera llegará el alimento
días, noches, días, noches
hermosas y repetitivas
como rutinas de oficina
incluso hay sombras de ojos que asemejan el color del mar
o de una alberca
colores para labios como puestas de sol rojizas
eso lo saben las secretarias, aun las de nuevo ingreso:
traen un mar en la cara, una puesta de sol tímida:
sirenas sonrientes, conocedoras de atajos administrativos
sonríen, sonríen, mastican con la boca abierta
así, hasta que se jubilan,
y se irán a pasar su tiempo de abuelas
limpias de la cara
en casa, haciendo los complicados guisos que el trabajo no les permitía hacer;
miro el mar y él me mira de vuelta
podemos estar así horas
nos gustamos, nos caemos bien
no tenemos que hablar
sólo vernos
comprender que su cuerpo está ahí hecho de agua
justo, cierto, extenso, como el mío
y ambos hervimos, como agua para té,
a punto de hacer explotar la tapa de la olla.
Aspiraciones de la clase media.
Brenda Ríos.
Ediciones Liliputienses, 2018.