miércoles, 30 de agosto de 2017

"Ríos" (un poemazo de Marcos Matacana Martín)


Ríos
solo para hacer florecer preguntas
sembraba a voleo respuestas
Agustín García Calvo

leíamos en clase aquel poema
que nada nos decía en una tarde
eterna de calor con voz cansada
debía de tener unos cuarenta
el viejo profesor que iba parando
para explicar de nuevo algunos versos

aquel donde era el mar según Manrique
en el morir destino en que confuyen
los ríos de la vida y yo veía
el gris azul tan claro de tus ojos
y nada me importaba sino en ellos
desembocar y hundirme en su refejo

cómo podría ser fugaz la vida
si el tiempo parecía detenerse
sentado junto a ti y en el pupitre
al contemplar tu pelo que caía
sereno adolescente virginal
cubriendo de oro el libro con un velo

cómo iba a marchitarse tu belleza
que en ese caluroso junio ardía
como una enorme hoguera de San Juan
o zarza que la llama no consume
desnuda transparente hecha de carne
mientras me acomodaba una erección

cuando llegó septiembre nos dijeron
que nuestro profesor no iba a volver
y en Navidad murió sin que a nosotros
llegase en realidad a conmovernos

leíamos en clase aquellos versos
sin sospechar que un día iba a ser yo
tratando de explicar ese poema
el viejo profesor dando el coñazo

Polvo en el aire.
Marcos Matacana Martín
Palimpsesto editorial

DESDE LAS ENTRAÑAS (Inma Luna & Zaida Escobar)

Muy, muy recomendable este bello libro con poemas de Inma Luna e ilustraciones de Zaida Escobar publicado en una cuidadísima edición de Baile del Sol.

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martes, 29 de agosto de 2017

"Comebolsas" (un poemazo de Antonio Praena)


Comebolsas

Espero que este libro no sea leído jamás
Marguerite Yourcenar

Tampoco en estas cosas es lo mismo:
los ricos, sola y buena;
los pobres con alcohol y muy mezclada.
Las comebolsas lo saben:
te miran el reloj y los zapatos
y, si encima conduces un buen coche,
se te pegan al cuerpo y no te dejan
hasta que las invitas a unas rayas.
De pasta andan muy cortas,
por eso dejan a los tíos
más chulos en la pista
y se vienen contigo.
Las he visto muy jóvenes
montarse con un viejo en un Mercedes
camino de una noche más oscura.
A mí, concretamente,
las que visten peor me ponen mucho.
Un hotel de extrarradio les parece gran cosa.
Jamás se han visto en otra y es la tuya;
medio gramo y ya vuelan
dos gramos y te dejan medio muerto.
Las puedes encontrar siempre los viernes.
El sábado en la noche y el domingo
lo pasan en el barrio, con su novio,
curándose la culpa y la tristeza.

(Inédito)

lunes, 28 de agosto de 2017

La fábula de Aquiles y la tortuga, el Watusi y el "centro" político

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Por fin, el 15 de agosto de 2017, cuando se cumplían 46 años de "El día del Watusi", empecé la que muy posiblemente sea la gran novela sobre Barcelona, en la fantástica edición de Anagrama, que reúne los 3 volúmenes completos: el primero, Los juegos feroces, una fabulosa renovación de la novela picaresca (en mi opinión, entre las 3 mejores de la historia del género); el segundo, Viento y joyas, una historia sobre el arribismo durante la Transición y, por último, El idioma imposible, sobre la resaca del arribismo, la picaresca y sus consecuencias.
Todo engarzado en un estilo fascinante, barroco, musical, abigarrado y divertidísimo en el que Casavella brilla especialmente en los diálogos surrealistas, dando voz a personajes patibularios o excesivos que, a menudo, deliran con brillantez. Sirva como ejemplo esta reflexión sobre "el centro" político:

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Ballesta (a López y López): ¿Conoce la fábula de Aquiles y la tortuga? (...) Me estoy refiriendo a la fábula de Aquiles y la tortuga, aplicada, dentro del sistema capitalista y sus esquemas, a una política constante de centro. (...) La izquierda, en la calle, parece muy fuerte. Y más estos días, con tanto pretexto para el alboroto. Eso es obvio. Y es posible que en número también lo sea. Y la democracia es número, estadística y puro recuento, no lo olvidemos. Contra la idea de una mayoría natural de derechas, amante de una pax hispana, por decirlo así, que yo creo que no existe como tal, porque de cuando en cuando me paseo por la calle y ogio y veo, y me parece que esa mayoría vota o votará a la izquierda en cuanto desaparezca el factor miedo. La izquierda, por tanto, es más fuerte y no dejará de repetir la idea marxista de que la historia, si se repite, siempre lo hace como farsa. Que la modernización de España pasa por dar el relevo a gente que, digamos, se dirige al pueblo en su idioma, el tiempo que los chicos tarden en gastar ese idioma. Eso es lo importante, el idioma, el tiempo que los chicos tarden en gastar ese idioma y no tengan más remedio que asumir la práctica política, jugar en serio. Aquiles es la izquierda, potente, con esa atracción juvenil de la novedad y esa lengua que pronuncia "divinas palabras".
López y López: ¿Y la tortuga?
Ballesta: Los poderes fácticos. Lo que a partir de ahora, con la entrada de los sindicatos, de los grupos terroristas, de los ánimos enervados de unos y otros, pasarán a denominarse grupos de influencia. (...)
Como cuenta la fábula, la tortuga posee una diferencia de salida que cada vez es menor, pero paradójicamente, aunque siempre sea menor, siempre es una distancia cuantificable. Aquiles nunca cogerá a la tortuga. Ese espacio, por muy menor que sea, es el poder a la vista, que tampoco es manco. En el más grotesco de los casos, un nuevo grupo de influencia, legítimo, si es que usted quiere perfumar la cosa, ¿no? La paradoja es que ese espacio progresivamente reducido que vamos inventando, pero que siempre existe, es el centro. El centro es maleable como el barro. Según la época puede ser tan progresista o conservador como quiera, pero nunca dejará de ser el centro.
El día del Watusi
Francisco Casavella
Anagrama, 2016 

jueves, 24 de agosto de 2017

SOBRE EL BUEN PERIODISMO (Ryszard Kapuscinski)

Resultado de imagen de " Sin estas cualidades, podréis ser buenos directores, pero no buenos periodistas. Y esto es así por una razón muy simple: porque la gente con la que tenéis que trabajar -y nuestro trabajo de campo es un trabajo con la gente"
Ser periodista. Nuestra profesión necesita nuevas fuerzas, nuevos puntos de vista, nuevas imaginaciones, porque en los últimos tiempos ha cambiado de una forma espectacular. Habéis nacido para llevar a buen puerto un trabajo que acaba apenas de empezar. El periodismo está atravesando una gran revolución electrónica. Las nuevas tecnologías facilitan enormemente nuestro trabajo, pero no ocupan su lugar. Todos los problemas de nuestra profesión, nuestras cualidades, nuestro carácter artesanal, permanecen inalterables. Cualquier descubrimiento o avance técnico pueden, ciertamente, ayudarnos, pero no pueden ocupar el espacio de nuestro trabajo, de nuestra dedicación al mismo, de nuestro estudio, de nuestra exploración y búsqueda.
En nuestro oficio hay algunos elementos específicos muy importantes. El primer elemento es una cierta disposición a aceptar el sacrificio de una parte de nosotros mismos. Es ésta una profesión muy exigente. Todas lo son, pero la nuestra de manera particular. El motivo es que nosotros convivimos con ella veinticuatro horas al día. No podemos cerrar nuestra oficina a las cuatro de la tarde y ocuparnos de otras actividades. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O, al menos, de hacerlo de un modo perfecto.
Hay que decir, naturalmente, que puede desempañarse de forma plena en dos niveles muy distintos. A nivel artesanal, como sucede en el noventa por ciento de los periodistas, no se diferencia en nada del trabajo común de un zapatero o de un jardinero. Es el nivel más bajo. Pero luego hay un nivel más elevado, que es el más creativo: es aquel en que, en el trabajo, ponemos un poco de nuestra individualidad y de nuestras ambiciones. Y esto requiere verdaderamente toda nuestra alma, nuestra dedicación, nuestro tiempo.
El segundo elemento de nuestra profesión es la constante profundización en nuestros conocimientos. Hay profesiones para las que, normalmente, se va a la universidad, se obtiene un diploma y ahí se acaba el estudio. Durante el resto de la vida se debe, simplemente, administrar lo que se ha aprendido. En el periodismo, en cambio, la actualización y el estudio constantes son la conditio sine qua non. Nuestro trabajo consiste en  investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y  revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente. Tengo muchos amigos de una gran calidad junto a los que empecé a ejercer el periodismo y que a los pocos años fueron desapareciendo en la nada. Creían mucho en sus dotes naturales, pero esas capacidades se agotan en poco tiempo; de manera que se quedaron sin recursos y dejaron de trabajar.
Hay una tercera cualidad importante para nuestra profesión, y es la de no considerarla como un medio para hacerse rico. Para eso ya hay otras profesiones que permiten ganar mucho más y más rápidamente. Al empezar, el periodismo no da muchos frutos. De hecho, casi todos los periodistas principiantes son gente pobre y durante bastantes años no gozan de una situación económica muy boyante. Se trata de una profesión con una precisa estructura feudal: se sube de nivel sólo con la edad y se requiere tiempo. Podemos encontrar muchos periodistas jóvenes llenos de frustraciones, porque trabajan mucho por un salario muy bajo, luego pierden su empleo y a lo mejor no consiguen encontrar otro. Todo esto forma parte de nuestra profesión. Por tanto, tened paciencia y trabajad. Nuestros lectores, oyentes, telespectadores son personas muy justas, que reconocen enseguida la calidad de nuestro trabajo y, con la misma rapidez, empiezan a asociarla con nuestro nombre; saben que de ese nombre van a recibir un buen producto. Ése es el momento en que se convierte uno en un periodista estable. No será nuestro director quien lo decida, sino nuestros lectores.
Para llegar hasta aquí, sin embargo, son necesarias esas cualidades de las que he hablado al principio: sacrificio y estudio. En nuestra profesión pueden hacerse cosas muy distintas. Con los años, nos especializamos en una carrera particular.
En general, los periodistas se dividen en dos grandes categorías. La categoría de los siervos de la gleba y la categoría de los directores. Estos últimos son nuestros patronos, los que dictan las reglas, son los reyes, deciden.
Yo nunca he sido director, pero sé que hoy no es necesario ser periodista para estar al frente de los medios de comunicación. En efecto, la mayoría de los directores y de los presidentes de las grandes cabeceras y de los grandes grupos de comunicación no son, en modo alguno, periodistas. Son grandes ejecutivos.
La situación empezó a cambiar en el momento en que el mundo comprendió, no hace mucho tiempo, que la  información es un gran negocio. Antaño, a principios de siglo, la información tenía dos caras. Podía centrarse en la búsqueda de la verdad, en la individuación de lo que sucedía realmente, y en informar a la gente de ello, intentando orientar a la opinión pública. Para la información, la verdad era la cualidad principal.
El segundo modo de concebir la información era tratarla como un instrumento de lucha política. Los periódicos, las radios, la televisión en sus inicios, eran instrumentos de diversos partidos y fuerzas políticas en lucha por sus propios intereses. Así por ejemplo, en el siglo XIX, en Francia, Alemania o Italia, cada partido y cada institución relevante tenía su propia prensa. La información, para esa prensa, no era la búsqueda de la verdad, sino ganar espacio y vencer al enemigo particular.
En la segunda mitad del siglo XX, especialmente en estos últimos años, tras el fin de la guerra fría, con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta, en la  información, es el espectáculo. Y, una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella. De esta manera, la información se ha separado de la cultura: ha comenzado a fluctuar en el aire; quien tenga dinero puede tomarla, difundirla y ganar más dinero todavía. Por tanto, hoy nos encontramos en una era de la información completamente distinta.
En la situación actual, es éste el hecho novedoso. Y éste es el motivo por el que, de pronto, al frente de los más grandes grupos televisivos encontramos a gente que no tiene nada que ver con el periodismo, que sólo son grandes hombres de negocios, vinculados a grandes bancos o compañías de seguros o cualquier otro ente provisto de mucho dinero.
La información ha empezado a «rendir», y a rendir a gran velocidad. La actual, por tanto, es una situación en la que en el mundo de la información está entrando cada vez más dinero. Hay otro problema, además. Hace cuarenta, cincuenta años, un joven periodista podía ir a su jefe y plantearle sus propios problemas profesionales: cómo escribir, cómo hacer un reportaje en la radio o en la televisión. Y el jefe, que generalmente era mayor que él, le hablaba de su propia experiencia y le daba buenos consejos. Ahora, intentad ir a Mr. Turner, que en su vida ha ejercido el periodismo y que rara vez lee los periódicos o mira la televisión: no podrá daros ningún consejo, porque no tiene la más mínima idea de cómo se realiza nuestro trabajo. Su misión y su regla no son mejorar nuestra profesión, sino únicamente ganar más. Para estas personas, vivir la vida de la gente corriente no es importante ni necesario; su posición no está basada en la experiencia del periodista, sino en la de una máquina de hacer dinero.
Para los periodistas que trabajamos con las personas, que intentamos comprender sus historias, que tenemos que explorar y que investigar, la experiencia personal es, naturalmente, fundamental. La fuente principal de nuestro conocimiento periodístico son «los otros». Los otros son los que nos dirigen, nos dan sus opiniones, interpretan para nosotros el mundo que intentamos comprender y describir.
No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos. La relación con los seres humanos es el elemento imprescindible de nuestro trabajo. En nuestra profesión es indispensable tener nociones de psicología, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos.
Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás. En este sentido, el único modo correcto de hacer nuestro trabajo es desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia. Existimos solamente como individuos que existen para los demás, que comparten con ellos sus problemas e intentan resolverlos, o al menos describirlos.
El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo. Si leéis los escritos de los mejores periodistas -las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez-, comprobaréis que se trata siempre de periodismo intencional. Están luchando por algo. Narran para alcanzar, para obtener algo. Esto es muy importante en nuestra profesión. Ser buenos y desarrollar en nosotros mismos la categoría de la empatía. Sin estas cualidades, podréis ser buenos directores, pero no buenos periodistas. Y esto es así por una razón muy simple: porque la gente con la que tenéis que trabajar —y nuestro trabajo de campo es un trabajo con la gente- descubrirá inmediatamente vuestras intenciones y vuestra actitud hacia ella. Si percibe que sois arrogantes, que no estáis interesados realmente en sus problemas, si descubren que habéis ido hasta allí sólo para hacer unas fotografías o recoger un poco de material, las personas reaccionarán inmediatamente de forma negativa. No os hablarán, no os ayudarán, no os contestarán, no serán amigables. Y, evidentemente, no os proporcionarán el material que buscáis. Y sin la ayuda de los otros no se puede escribir un reportaje. No se puede escribir una historia.
Todo reportaje -aunque esté firmado sólo por quien lo ha escrito- en realidad es el fruto del trabajo de muchos. El periodista es el redactor final, pero el material ha sido proporcionado por muchísimos individuos. Todo buen reportaje es un trabajo colectivo, y sin un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca, escribir es imposible.
Los cínicos no sirven para este oficio
Ryszard Kapuscinski 
(Anagrama, 2002) 

martes, 22 de agosto de 2017

Víctor Peña Dacosta en Le Capital des Mots

Han traducido mis poemas al franchute, ¡¡SACRE BLEU!!
Pueden sufrirlos y disfrutar de la inmensa labor del traductor, Miguel-Angel Real, a quien aprovecho para dar las mercis, en este enlace del fanzine LE CAPITAL DES MOTS.

domingo, 13 de agosto de 2017

"ESTE PAÍS ESTÁ EN GUERRA" (Lorna Dee Cervantes)


Poema para el joven blanco que me preguntó cómo yo, una persona inteligente y leída, podía creer en la guerra entre razas  

Lorna Dee Cervantes (California, 1954)

En mi país no hay diferencias.
Las políticas de opresión sembradas de alambre
han sido derribadas hace mucho. El único recuerdo
de batallas pasadas, sean ganadas o perdidas, es el leve
surcado de los fértiles campos.

En mi país
la gente escribe poemas de amor,
llenos de nada más que felices sílabas infantiles.
Todos leen cuentos rusos y lloran.
No hay fronteras.
No hay hambre, ni
graves hambrunas ni gula.

Yo no soy una revolucionaria.
Ni siquiera me gusta la poesía política.
¿Piensas que puedo creer en la guerra entre las razas?
Puedo negarla. Puedo olvidarla
cuando estoy segura
en mi propio continente de armonía
y amor, pero no vivo
ahí.

Creo en la revolución
porque en todas partes arden las cruces,
certeros pistoleros gamados esperan tras las esquinas,
francotiradores apuntan a las escuelas …
(Sé que no me crees.
Y que piensas que no es más
que exageración transitoria. Pero eso
es porque no te disparan a ti.)

Estoy marcada por el color de mi piel.
Las balas son discretas, diseñadas para matar lentamente.
Mis hijos son su objetivo.
Estos son los hechos.
Déjame mostrarte mis heridas: mi mente trabada, mis
disculpas constantes, y esta
agobiante preocupación
por sentir que no estoy a la altura.

Estas balas pueden más que la lógica.
El racismo no es una cuestión intelectual.
No puedo curar mis cicatrices con la razón.

Al otro lado de mi puerta
hay un enemigo real
que me odia.

Soy una poeta
que ansía bailar en los tejados,
susurrar delicados versos sobre la alegría
y la bendición de la comprensión humana.
Y lo intento. Vuelvo a mi país, a mi castillo de palabras, y
cierro la puerta, pero la máquina de escribir no apaga
los sonidos de la ira sorda y palpitante.
Mi cara sigue recibiendo golpes.
Cada día se me recuerda con insistencia
que este no es
mi país

y sí lo es.

No creo en la guerra entre razas

pero este país
está en guerra.

Traducción de María López Ponz (Alcora, 1983)