sábado, 24 de marzo de 2012

Micros negros

Hoy mismo se ha fallado el premio de micorrelato del II Congreso de Novela y Cine Negro de Salamanca. Me parece un fallo inteligente porque, aunque no haya podido leer más que tres relatos, el  ganador me parece muy superior a la media:


AL FINAL…
La pistola en la mano, humeante; a sus pies, exangüe, un cuerpo.
Ahora venía lo difícil: huir durante doscientas páginas.
(Jorge J. Sánchez Iglesias)
Ahora que ya ha pasado el concurso les adjunto los dos con los que servidora osó participar, para que aprecien la diferencia:

EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO
Fueron casi simultáneos: el pañuelo ahogándome en nariz y boca con lo que después supe que era cloroformo y la voz pretendidamente tranquilizadora: “Ahora no tengo tiempo de explicarle, señora, pero después me lo agradecerá”. No puedo decir cuánto ha pasado desde entonces, quizá años: aquí abajo todos los días y todas las noches son iguales y todavía no sé de qué o de quiénes me estaba salvando. Pero aún le estoy agradecida.

DESPUÉS DE BRINDAR
Como al final de cada comida familiar, esperé a que se hiciera el silencio para aleccionar a mis hijos con sabios consejos que, estaba seguro, seguirían recibiendo con suficiencia y dilapidando con arrogancia. Sin embargo, esta vez noté una especial atención a mis palabras y me sentí embargado por una ligera embriaguez, antes de darme cuenta de que todo iba mal, definitivamente mal, y que esas sonrisas que acompañaban a mi perorata eran más abiertas y cómplices que nunca.

viernes, 23 de marzo de 2012

Los escritores que nos merecemos

        Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros de teología. Un tipo cuyo nombre no recuerdo, especialista en ovnis, es quien escribe los mejores libros de divulgación científica. Lucía Etxebarría es quien escribe los mejores libros sobre intertextualidad. Sánchez Dragó es quien mejor escribe los libros sobre multiculturalidad. Juan Goytisolo es quien escribe los mejores libros políticos. Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros sobre historia y mitos. Ana Rosa Quintana, una presentadora de televisión simpatiquísima, es quien escribe el mejor libro sobre la mujer maltratada de nuestros días. Sánchez Dragó es quien escribe los mejores libros de viajes. Me encanta Sánchez Dragó. No se le notan los años. ¿Se teñirá el pelo con henna o con un tinte común y corriente de peluquería? ¿O no le salen canas? ¿Y si no le salen canas, por qué no se queda calvo, que es lo que suele pasarles a aquellos que conservan su viejo color de pelo?

       Y la pregunta que de verdad me importa: ¿Qué espera Sánchez Dragó para invitarme a su programa de televisión? ¿Que me ponga de rodillas y me arrastre hacia él como el pecador hacia la zarza ardiente? ¿Que mi salud sea más mala de lo que ya es? ¿Que consiga una recomendación de Pitita Ridruejo? ¡Pues ándate con cuidado, Víctor Sánchez Dragó! ¡Mi paciencia tiene un límite y yo en otro tiempo estuve en la pesada! ¡No digas luego que nadie te lo advirtió, Gregorio Sánchez Dragó!
(...)
        Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias.
        No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y algunos aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas mucho más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder. Claro que hay cosas mucho más agotadoras. Y de alguna forma es conmovedor buscar un sitio, aunque sea a codazos, en los pastizales de la respetabilidad. Ya no existe Aldana, ya nadie dice que ahora es preciso morir, pero existe, en cambio, el opinador profesional, el tertuliano, el académico, el regalón del partido, sea éste de derecha o de izquierda, existe el hábil plagiario, el trepa contumaz, el cobarde maquiavélico, figuras que en el sistema literario no desentonan de las figuras del pasado, que cumplen, a trancas y barrancas, a menudo con cierta elegancia, su rol, y que nosotros, los lectores o los espectadores o el público, el público, el público, como le decía al oído Margarita Xirgu a García Lorca, nos merecemos.

El gaucho insufrible
(Roberto Bolaño)

martes, 20 de marzo de 2012

Otraedad

OTRAEDAD

Je est un autre, évidemment.
L’autre est l’altérité
EMMANUEL LÉVINAS

A mi edad, Hölderlin se había
ya retirado a su buhardilla
LÁZARO SANTANA


Hoy he cumplido treinta años.
A mi edad Ian Curtis
había cantado todas las canciones,
Rimbaud buscaba en Yemen
la sombra de sí mismo,
Dylan Thomas soñaba
la máscara de un sueño,
Van Gogh no había pintado
aún los girasoles.

Pero no sé qué excusa
puedo ponerme ahora
si alguien me contradice
al fondo del espejo:
ese otro que soy yo
sigue siendo un extraño para mí.

LUIS BÁGUEZ QUÍLEZ

viernes, 9 de marzo de 2012

Mujeres (poema en prosa de Manuel Vilas)

No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillajes y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.

Manuel Vilas